12/22/2005

El Inventario de las Naves


Sorprendente este volumen de cuentos de Alexis Iparraguirre, ganador del Premio Nacional de Narrativa de la Católica del 2004, que recién está a la venta. Es una serie de relatos fantásticos, ambientados en un barrio de alguna ciudad innominada, donde se desatan extraños sucesos, previos a un huracán de gran poder destructivo. El primer relato, "Sabado", nos muestra los efectos de una extraña droga, el menos, que entre otras cosas, permite ver a Dios... o algo peor (no es el diablo, no es tan simplona la cosa). Los demás relatos giran en torno al mismo universo, como en "Hombre en el espejo", donde se nos da algunos atisbos de la identidad del Ser que permite visualizar la droga. "La hermandad y la Luna" podría haber sido escrito por el mejor Stephen King, con sus niños expertos en el tarot y sus extraños sacrificios. "El inventario de las naves" es un homenaje al Borges de "La muerte y la brújula", en el que los policías y detectives saben más sobre la interpretación de cierto diálogo de "La Iliada" que sobre criminalística. Los tres relatos restantes, "Proximidad del huracán", "Orestes" y "El francotirador", francamente, se me hicieron ininteligibles.
Su precio, menos de 10 soles, lo convierte en un libro a revisar.
El texto de la contraportada pone esto: "La decadencia de un barrio ante la fuerza inclemente de un huracán sirve de paralelo para narrar la agonía de una clase media que sucumbe ante sus pasiones y su frustración. En la Calle de los Sueños Perfumados conviven niños genios que leen el tarot, un hombre que emerge del espejo y un asesino en serie fanático de La Ilíada; pero, sobre todo, seres errantes con manías y carencias tan lejanas como familiares. Ni siquiera el menos, esa droga sintética y azul que consumen los personajes, los libra de la soledad y la pesadumbre. No se trata solo de sucesos fantásticos, sino de la destrucción de un reino que resuena como profecía milenaria en cada uno de estos relatos. Los lectores asistimos a este descubrimiento con una mezcla de pavor y reverencia: el temor a que nuestro paraíso urbano no sea más que una tierra de fantasmas. Alexis Iparraguirre es el cronista de este singular universo, quizá el más perturbador de nuestra narrativa reciente".

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12/14/2005

ANIME-Air


Producida por Pony Canyon, Visual Art's, Key y TBS y basada en el juego de video (originalmente hentai, de corte erótico) de Key, AIR es una serie de 13 capítulos con un spin-off en formato de video (OVA) llamado Air in summer de un profundo corte dramático y de misterio.

La historia se inicia cuando un viajero, llamado Yukito Kunisaki, llega a un pueblo costero al inicio del verano, continuando con una búsqueda que inició su madre de una chica alada.

Pretendiendo hacer algo de dinero con un truco que aprendió de su madre (un muñeco que anda y da vueltas sin cables de ningún tipo) y trás intentarlo sin éxito se deja caer, derrotado en un muro periferico a la playa, donde dos niños juegan.

Luego, una chica aparece, lo mueve, preguntándose si estará muerto, pero no, aún no es tiempo. esta chica (llamada Misuzu Kamio) lo lleva a su casa, nombrándolo su "amigo" y entra en el mundo de esta peculiar chica, que afirma soñar con una persona Alada.

Este es el inicio de una historia en la que el misterio, el drama y la emoción se entremezclan, en un viaje de descubrimiento, en el que, además de la pérdida de la inocencia, atestiguamos en los personajes tanto el crecimiento como los vínculos que los atan a sus miedos o, en todo caso, a la enorme carga kármica que no pueden superar del todo.

AIR se centra en el desarrollo de los personajes de este pequeños pueblo y con los que Yukito se irá topando a lo largo de los capítulos.

De Izquierda a Derecha: Haruka, Misuzu, Michiru, Minagi, Kano y Hijiri

Tenemos a Haruka Kamio, madre adoptiva de Misuzu, que aceptó aislarse de su familia para cuidarla y que no puede permitirse quererla, en contra de sus deseos (este factor es decisivo para la última parte de la trama). Las hermanas Kirishima: Kano (que siempre anda con una badana atada a la muñeca para evitar caer presa de un hechizo maligno -cosa que de hecho ocurre- y Hijiri, su hermana mayor, doctora del pueblo, que asumió esa profesión para cuidar de Kano.

También tenemos a Minagi Tohno, una chica tan guapa como elegante y reservada, encaja en el estereotipo de la mild-mannered girl tan común en el anime, y que, sin embargo, esconde su propia carga de resentimientos y misterios respecto a una hermana que, aparentemente no conoce y a una amiga (llamada Michiru) bastante misteriosa.

Cada capítulo se enfoca, tal como dice su título, en un aspecto del pueblo, los alrededores o los personajes, dando pie a una historia que, además de ser contada a cuentagotas, se las ingenia para mantenerte viéndola cada capítulo.

El tema central de la trama es la búsqueda de Yukito y la relación que, a través de esa búsqueda, entabla con Misuzu. Los sueños de Misuzu siempre la llevan a un frio y doloroso cielo, donde una mujer alada vaga, padeciéndo un enorme dolor. Y en la cual Yukito descubrirá el lazo que los ata al pasado y la maldición que, arrastrada por el ciclo del karma desde la muerte de la última de los alados (en japonés Kannabi no Mikoto) busca una salida, o una manera de hallar la reconciliación con el mundo-o con el amor- para seguir viviendo. Esto es especialmente notable en el caso de Misuzu, es incapaz de hacer amistad con nadie, puesto que, al hacerlo, entra en crisis histérica y rompe a llorar desconsoladamente. Lo que no queda del todo claro es la relación de los demás personajes con el drama de Misuzu (especificamente, Kano y Minagi, en la serie aparecen como vehículos para dar pistas, aunque cada una tiene una oportunidad de encarar su propio drama).

El guión, escrito en su totalidad por Fumihiko Shimo es de una profundidad emotiva estremecedora, con una administración del ritmo narrativo bastante bien lograda, la trama nunca parece detenerse, por lenta que vaya, y en los episodios de regreso al pasado, la acción cambia completamente, pero nunca sin perderle el paso a la historia. De hecho, este modo de concebir y crear una historia a partir de discursos entremezclados y con una carga emocional tan fuerte me recordó muy claramente a la novela El curso del Corazón de Michael John Harrison, que reseñaré proximamente.

También son de destacar el diseño de escenarios, en la cual destacan sobre todo los ambientes crepúsculares, extremadamente bien logrados y que son semejantes en calidad a los logrados por Makoto Shinkai en Kumo no mukou, Yakusoku no Basho y tanto los ambientes veraniegos (de gran luminosidad) como las espesuras de los bosques en los episodios de viaje al pasado pasan por un diseño bastante adecuado.

Otro punto a Destacar es el trabajo de los actores de voz, Tomoko Kawakami (Utena en Shôjo Kakumei Utena,etc.) encarna a Misuzu y Aya Hisakawa (Kerberos en Card Captor Sakura, etc.) y entre otros miembros del cast, tenemos a la destacada Kikuko Inoue (famosa por su rol como Belldandy en Ah! Megamisama) como Uraha, antepasada de Yukito.

En resumen, una serie de una muy buena calidad y que encantará a las personas amantes del misterio, las buenas historias y los dramas bien hechos.




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11/23/2005

ANIME- Haibane Renmei


Con Animación producida por el Estudio RADIX Haibane Renmei (la Federación de las Alas Ceniza) es una serie de animación de 13 capítulos cuya inspiración procede de una idea original de Yoshitoshi Abe (Serial Experiments Lain, Niea under 7, se encarga del guión)y que cuenta con la dirección de Tomokazu Tokoro (Chikyuu Shôjo Arjuna, Niea under 7) y el diseño de personajes de Akira Takada.(Niea under 7) es un giro de temática por parte del autor, ya que esta producción es de fantasía y caracterizada por una consistencia dramática, a diferencia de la Psicológica y Cyberpunk Lain o la desternillante Niea.

La historia está ambientada en un universo bucólico y a la vez misterioso, donde además de los humanos, existen los llamados "Alas Ceniza" (Haibane) que no nacen, sino aparecen en un capullo, del cual emergen con una forma dada.

La protagonista de la serie, una adolescente llamada Rakka, aparece en una villa llamada Old Home, un sitio de reunión de los alas ceniza.

Es una tradición entre estos recibir su nombre (ya que nacen sin nombre y sin recuerdos de lo que probablemente sea su vida anterior.) del sueño que tienen antes de emerger del capullo, por ello es que Rakka recibe ese nombre, ya que estaba cayendo en su sueño, al poco tiempo le salen alas, lo que le produce un gran dolor, y para completar su adecuación, le es puesto un halo eléctrico, que siempre le causa problemas con el cabello.

De immediato es presentada con los demás habitantes de la casa, Reki, la mayor y líder del grupo quien ejerce en mayor medida el papel de "madre". Nemu, la más madura y que trabaja como ayudante en la biblioteca, Hikari, quien se hace cargo de algunos quehaceres de la casa, Kuu, que parece ser un niño pero es una niña y siempre se esfuerza por ser un buen ejemplo para los más pequeños, junto a ellos conviven Kana que trabaja en la tienda de relojes y muchos otros más.

Pronto, es intoducida en la vida cotidiana de los haibane, que deben buscar un trabajo en el pueblo cercano (Gile), y que no están autorizados a portar dinero. Rakka, tras trabajar ayudando a Nemu en la biblioteca, encuentra una ocupación en los túneles que están bajo los muros del pueblo, y de los que nadie, excepto los misteriosos Touga pueden salir.

Los haibane aparentemente están en ese mundo por una razón relacionada por la expiación del pecado, o la ruptura del ciclo kármico, ya que las alas, tras cierto tiempo, se ennegrecen y el haibane debe descubrir en si mismo la causa de su vinculación al pecado. Pero esta búsqueda no es eterna, si después de un determinado tiempo no consiguen emprender el día del vuelo, son separados del resto y viven el resto de sus días aislados y sin perdón, es decir, la salvación es un acto estrictamente individual.

Para ayudar a los haibane a cumplir con su misión, que es completada cuando parten en el Día del vuelo hacia lugares desconocidos, existe un pueblo llamado los Touga, de los cuales uno es llamado portavoz y es el único que puede tratar con los Haibane, por alguna extraña razón, nunca muestran sus rostros.

La lección final -si la hay- es que el perdón siempre se inicia con la reconciliación, pero con uno mismo, es en la búsqueda interior donde uno encuentra la resolución para ser capaz de aprender de sus errores y salir adelante, entonces uno encuentra el día del vuelo cuando es capaz de vencer a su propio miedo.

En suma, una producción que combina Fantasía, misterio y dramatismo en un escenario exótico y con personajes y un guión muy convincente, muy recomendable.

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11/16/2005

Entrevista a Melintón Eusebio, Cineasta peruano


La maldición lleva su nombre


Originalmente publicada en El Comercio

Por Julio Escalante

MÉLINTON EUSEBIO. Monstruos y espectros delirantes habitan los mitos andinos. "Jarjacha, el demonio del incesto" y "Almas en Pena", son dos películas de terror de este joven director ayacuchano que ahora vive en Lima con la pretensión de filmar la historia de la Casa Matusita.

Mélinton Eusebio ve gente muerta. Si te pones legaña de perro en los ojos verás fantasmas, dicen en algunos pueblos de la sierra. En su caso no fue necesario.

Cuando tenía 10 años, en Ayacucho, el fantasma de su primo vino una noche a su habitación. No quería levantar las sábanas y jalarle de los pies, quería que Mélinton le pidiera perdón. Unos días atrás habían estado jugando fútbol con otros muchachos. Su primo había anotado un gol, Mélinton, que era el portero, lo insultó. Hubo una bronca por eso, una pelea absurda. Ambos dejaron de hablarse. Sentado en su cama, asustado y tratando de convencerse de que la aparición de aquel fantasma había sido solo una alucinación o una pesadilla, Mélinton no supo la verdad hasta la mañana siguiente: su primo había muerto esa misma noche. Había sido la despedida. Así supo que el alma de su pariente quería marcharse sin ofensas. Mélinton no ha vuelto a dormir con la luz apagada.

Ese fue el primer episodio de una serie de eventos desafortunados. Sin embargo Mélinton no cree en maldiciones.

Su primera película --que no fue de terror, sino sobre pandillas juveniles-- la grabó a los 18 años con el elenco del grupo de teatro en el que participaba. Se llamó "Lágrimas de fuego". Una de sus actrices perdió la razón, enloqueció tanto hasta morir. Sin sustento legal, la familia de la muchacha quiso denunciar a Mélinton. El tiempo borró ese mal momento. En noviembre del 2002, estrenó "Jarjacha, el demonio del incesto" en el cine Cavero de Ayacucho, que tiene tres pisos y butacas para mil doscientos espectadores. Permaneció diez semanas en cartelera. Éxito total en taquilla. La prensa se entusiasmó y desde Lima comenzaron a poner interés en este muchacho, casi un autodidacta de la imagen, que hacía películas de terror sobre monstruos andinos en video y con menos de mil nuevos soles. La película trajo otro saldo negativo: tiempo después uno de los actores falleció.

Este 2005, con 27 años, ya estrenó su segundo largometraje de terror, "Almas en Pena", en Ayacucho, Abancay y Andahuaylas. Y otra vez sucedió: un camión usado para grabar una escena cayó desde un barranco. Hubo cuatro heridos. Desde abril vive en San Juan de Miraflores con sus hermanos. Se ha mudado a la capital para investigar y luego rodar el misterio de la Casa Matusita. Está seguro de que nada raro pasará. No muchos le creen.

CIUDAD DEL PECADO
"No vayas solo por la noche porque te puede coger el jarjacha o el terruco", decía la tradición oral con la que creció Mélinton en los ochentas. Había que temerle a lo sobrenatural y a las bombas y disparos de un escuadrón de la muerte. En Ayacucho, cuna de Sendero Luminoso, el miedo era un órgano insertado al cuerpo. Controlar los miedos puede ser el mejor escudo contra el enemigo. Mélinton Eusebio se recuerda de niño, viendo una película de Drácula en la televisión y huyendo despavorido: "Me metía debajo de la cama, pero mis padres me forzaban a verlo".

Luego de ingresar a la Universidad San Cristóbal de Huamanga para estudiar Derecho y darle gusto a la familia, supo que debía volver al cine, a su afición de toda la vida, a contar historias para miles de ojos. Y eligió la leyenda del jarjacha (que ríe Jar,jar, jar), un ser condenado que lanza escupitajos de llama para paralizar a sus víctimas y luego devorarles el cerebro como un zombi. Esta fue la primera criatura horripilante de la pantalla grande con raíces andinas.

En la película el pueblo castiga el pecado: mata a pedradas al alcalde por acostarse con su hija. Pero este vuelve como Jarjacha a cobrar venganza.

El jarjacha de Mélinton es un encapuchado con hábito de fraile y rostro de un maniático de comedia. Puede resultar una farsa para los acostumbrados al maquillaje de Freddy Kruger o los efectos especiales de cualquier mala película de Hollywood.

"Jarjacha, el demonio del incesto" se grabó en la comunidad de Rancha. Y le ha traído mala suerte. Sus vecinos lo llaman "Pueblo de jarjachas". Es decir, pueblo de pecadores. Hace una semana un equipo de la cadena Telemundo vino a entrevistar al director ayacuchano. Mélinton quiso convencer a las autoridades de que las cámaras realicen unas tomas para el reportaje. Se negaron: "Qué quieres, que nos conozcan así en otros países". Temen ser condenados por los ojos del mundo.

GUSTOS Y ESCALOFRÍOS
"La cerda es mía", dice el demonio que habita el cuerpo de una niña linda. El sacerdote le salpica agua bendita y lee la Biblia. Las paredes tiemblan. La madre de la niña clama piedad al cielo. Y la cabeza de su hija gira en 360 grados, como un tornillo. Esta es una escena de "El exorcista", quizá la película que ha asustado a más generaciones. Esta y decenas de títulos más forman el estudio de aprendizaje de Mélinton Eusebio. Su formación audiovisual termina después de las dos de la madrugada. No es un fanático de carnicerías humanas como en el gore, esa categoría de
películas donde predominan decapitados, vísceras y la sangre con la consistencia de una mermelada de fresa.

Lo suyo es el terror que va directo a los nervios. Le encanta el suspenso. La sorpresa final de "El sexto sentido". Y ese diván de la tortura psicológica que es el cine de terror japonés.

Si el museo clásico del miedo lo integran Drácula, la momia, el hombre lobo, la criatura de Frankenstein, una habitación peruana del pánico podría tener entre sus miembros al 'pishtaco', succionador de grasa del hombre de los Andes; Sara Hellen, amante del Conde Drácula con residencia en un cementerio de Ica: Mónica, una seductora fantasma arequipeña que busca jóvenes en discotecas, el Kharisiri,pariente aimara del pishtaco, de quien el puneño Henry Vallejo ha realizado una película de notable éxito en Juliaca, Ilave y otras provincias del sur.

Mélinton Eusebio está segurísimo de que el jarjacha y el pishtaco son personajes que podrían invadir mercados en el extranjero. "Son totalmente exportables". Lo dice como quien reconoce en ellos el potencial de un producto de bandera o de un jugador de "fulbo peruano" para las ligas mayores. De otra cosa está convencido que estas leyendas rurales son un medio de control social.

De paseo por Mesa Redonda y el centro comercial El Hueco, Mélinton Eusebio ha conseguido elevar su ego: "Jarjacha" es una de las películas peruanas más pirateadas.

A mediados de los setentas se filmó "El inquisidor de Lima", una coproducción argentina. Y ese es el antecedente más próximo a Jarjacha en el cine de terror peruano. Mélinton dice que quizá los cineastas de Lima no han sentido el miedo del provinciano y por eso "su cine no tiene un enganche con el pueblo".

"Voy a morir haciendo cine. Tengo que evolucionar hacia algo más personal. Esto es un inicio", dice sentado en una sala de cine. Siente que a su edad debió tener ya cinco películas filmadas. Tiene una deuda que superar. Quisiera negar que el terror ya lo enganchó, pero no puede. Está convencido de que quien no estudia Derecho se pierde algo bueno de la vida. Uno lo imagina quitándose la casaca y la camiseta y poniéndose la corbata y el saco. Transformándose. No sabe cómo pero seguirá filmando películas y ejercerá su profesión. No le teme al futuro.

Uno de los correos electrónicos de Mélinton tiene por seudónimo: "conunacámaraenlamanoyunaideaenlacabeza". Aunque no haya dinero y sus producciones continúen siendo baratas, le basta con la confianza en esas dos armas: la imaginación y un equipo de grabación.

En Lima no puede ir por la vida sin correr peligro, como en el campo. Siente sombras que lo persiguen y no camina tranquilo por la calle. "Y pensar que en algunos pueblos de Ayacucho a los delincuentes de Lima ya los hubieran linchado", dice. A Mélinton Eusebio le siguen ocurriendo eventos desafortunados pero no cree en maldiciones. Hace una semana robaron los cables de teléfono en su barrio de Ciudad de Dios y el viernes pasado un perro le clavó los colmillos en la piel. Apenas sangró.



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11/14/2005

Microcuento- Incendio de Mediodía

Bueno, ahora me aventuro en esto de los microcuentos, a ver como sale...



Fuego.
llamas silenciosas que consumen.
Como carnívoras transgresoras,
un sueño despierto, que
da vueltas en el encierro de una mente ansiosa.
Que, Sentada frente a una página, ve a sus miedos pasar
y que, trás darse por vencida una y mil veces,
en la cumbre del terror, se rinde y escribe:
"Fuego..."



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11/11/2005

Microcuento -Fantasía de eSapo

Kala Azar nos sorprende nuevamente con un microrrelato muy a su estilo.



Fantasía de eSapo.


Por kala Azar


La araña preparo sus redes y se sentó a esperar.
Dos figuritas de barro-chocolate venían por el camino de mazapán.
- El animal es el único hombre que cae dos veces en la misma trampa- dijeron los Dodós
-Está ciego –los Topos.
-No escucha consejos –los insectos.
-¿Cómo puede caminar después de la ultima vez?-las serpientes.
Ella le arrancaba pedazos a él y los comía
El olía su aroma a frambuesa.
Los árboles Disney bostezaban.
Las voces, las protestas, los gritos, el asombro, se fundieron en una bola negra y pegajosa y putrefacta y…
Las figuritas de barro-chocolate temblaron. Algo pasaba.
Árboles con ojos atentos los veían pasar, piedras de duros oídos escuchaban sus pasos.
En el recodo la bola los golpeó, aplastó, machacó.
Las dos figuritas quedaron tendidas en el camino.
El soñaba que ella se lo comía.
Ella soñaba que el moría por su olor.
Y eran felices y estaban muertos.
Y los animales volvieron a sus madrigueras en silencio.
La araña se encogió de hombros y guardo sus redes.
Mañana seria la misma historia.



FIN.


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11/10/2005

Microcuento - Victima

Hey flaquita, mírame.

Estoy frente a ti. No te hagas la loca.

Sí. Quiero que me des plata, pues. Yo sé que tienes, no te hagas.

Por gusto gritas, por aquí no pasa nadie, ni vivo ni muerto.

Tranquila, flaquita, tranquila. Shhh. La verdad que estás buena flaquita, franco.

Por gusto miras a todos lados, ya te dije que por aquí no pasa nadie.

Sí, me doy cuenta que es de noche y que hay luna llena.

No me amenaces, flaquita, vas a perder. No me cambies de cara.

Sí, seguro que vas a defenderte con uñas y dientes. Sobre todo con tus dientes, ¿no?

Pero yo tengo un crucifijo de plata.

Ves, quema.

Ahora, suelta el billete.


Daniel Salvo


Publicado originalmente en Gambito de Peón
http://blogs.ya.com/gambitodepeon/

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10/26/2005

RESEÑA - Pequeño, Grande


John Crowley (Nueva York, 1942) es uno de los más prolíficos y reconocidos escritores norteamericanos del género. Ganador del World Fantasy award por esta obra(1981), nos lleva en un paseo familiar de proporciones extraordinarias en esta novela.

Pequeño, grande Se inicia en el mismo tono de un cuento de hadas, que uno puede sentir en el tono de su redacción, amable y lineal, aunque con una trama que progresa a saltos y cuanto más cerca al final, es más vertiginosa en su estilo.

La historia se inicia con el viaje de casamiento de Smoky Barnable, prueba impuesta por la familia de su pretendida, la rubicunda beldad Daily Alice Drinkwater, quien es considerablemente más alta que él.

Este es el inicio de una aventura que nos lleva a la misteriosa Edgewood, mansión que corona el centro de un pentáculo (figura mágica bastante conocida), y donde más de un secreto se oculta.

Edgewood no es una casa ni una mansión particular, es un espacio donde diversas tendencias arquitectónicas se mezclan, formando un conjunto de indudable exotismo pero cuyas partes poseen un valor estético propio, enmarcado dentro de un estilo conocido.

Esto mismo puede decirse de los personajes de la historia, comenzando con el primer acto (la novela está dividida en cinco actos o partes, en la que varios personajes se reparten el peso argumental) centrado en las particularidades de la casa y la familia Drinkwater, comenzando con el padre de Alice, John Storm Drinkwater, hijo ilegitimo de August Drinkwater, famoso por sus dotes de seductor, que tenían algo que ver con la ayuda de ciertos entes sobrenaturales, cuya presencia no explicitada le da forma a la trama.

Así, somos testigos de la obsesión de Auberon Drinkwater, quien usaba a sus propias sobrinas, fotografiándolas desnudas cuando niñas para atraer la atención de esos seres, que parecen estar unidos al destino de los Drinkwater por algo llamado "El cuento," que gobierna sus vidas pero que no puede ser conocido realmente, salvo por señas indirectas, como las extrañas cartas de la tía Cloud, que se asemejan al Tarot, pero con figuras muy distintas y que recuerdan a personajes legendarios.

La historia, poseedora de un enfásis extraordinario en los detalles y las emociones de los personajes, fluye a través de las diversas texturas de explicación que los personajes emplean para liar con la constante sorpresa del mundo a su alrededor, y que está plagado de rituales reales o imaginarios para sobrellevarlo, como un perludio a la iniciación en algún misterio mayor, que por cierto existe.

Y es que, Pequeño, Grande trata de nada menos de la construcción de una mitología, o en todo caso, de su reconstrucción y es precisamente ello de lo que se trata "el cuento" la historia por la cual, un mundo sumido en la razón y la extrañeza vuelve a abrazar la magia de una naturaleza que, agredida, contrataca sutilmente y sin cejar.

Se puede hacer un parangón en este sentido, con la obra de Gabriel García Marquez,Cien Años de Soledad, Con la cual comparte elementos más que obvios, veamos:

1. La Predestinación, los objetos que demuestran, mediante claves esotéricas, que la mano del destino es inexorable, así como los rollos de Melquiades contienen la verdad de la familia Buendía, El cuento de los Drinkwater, o mejor dicho, la tierra de los Drinkwater (como Smoky averigua al final de la historia) oculta el dstino y propósito de sus vidas y sus esfuerzos.

2. El afán por el asombro, lo improbable es cierto y puede ocurrir en Edgewood, siendo los designios del cuento inescrutables y a veces dolorosamente incomprensibles. Como la desaparición de la hija de Sophie Drinkwater, Lilac, para actuar su parte en el plan.

3. Profusidad en los detalles y personajes, Pequeño, grande es una novela abundante en descipciones que van desde la Arqitectura de Edgewod hasta los pormenores de los momentos de intimidad entre los personajes.

Comparaciones aparte, el texto está dividido en cinco partes (o libros) que se centran en un respectivo personaje, así, en los dos primeros, es el punto de vista de Smoky el que prevalece, sin embargo, en el tercero y el cuarto, situados en el tiempo a veinticinco años de los anteriores, toma la voz narrativa su hijo menor Auberon, quien ha ido a la ciudad a buscar su destino. Por último, en el acto final, son varios los personajes que narran la historia, pero la presencia de la madre de Auberon, Daily Alice Drinkwater,es fundamental.

En resumen, un libro complejo, escrito como cuento de hadas, que habla principalmente de amor, familia y destino, y de las paradojas que la vida tiene, enseñándonos a redescubrir lo mágico en cada uno de nosotros, que podemos encontrar en la belleza del instante.

John Crowley, Pequeño grande, Little big, fantasía

10/20/2005

Los zombies de George A. Romero


Tengo un motivo más para morir tranquilo, y es que he visto completa la tetralogía sobre zombies que ha filmado, a lo largo de los últimos años, George A. Romero.

Su mítica “La noche de los muertos vivientes” (1968), tiene el aura maldita de no haberse estrenado comercialmente en Perú, aunque gracias al cable, y en su momento, al Canal 11 de Ricardo Belmont, pudo verse en la televisión. Filmada en blanco y negro, nos ofrece la génesis de un mundo de zombies: la explosion de una nave espacial de regreso a la Tierra, probable portadora de una radiación de origen desconocido, hace que los muertos recientes se levanten de sus tumbas con el objetivo de comerse a los vivos. Así empieza...
Parece mentira que una situación tan truculenta pueda desencadenar una sensación contínua de horror y angustia. Pese a que los zombies son lentos y torpes, los humanos no pueden contra ellos. Así, un grupo reducido se refugiará en una casa para ir muriendo de uno en uno, ya sea a manos de los zombies, ya sea por sus propias tensiones o miedos. Como en el resto de los filmes, los roles protagónicos son grupales y mixtos: están conformados por hombres y mujeres, blancos y negros. Pasada “La noche de los muertos vivientes”, los zombies pasan a convertirse en un peligro menor y evitable, pues se descubre que disparándoles al cerebro, “mueren”.


Sin embargo, en “El amanecer de los muertos vivientes” (Dawn of the living dead, 1978), las cosas no han sido tan simples. El número de zombies se incrementa, obligando a los humanos a replegarse en refugios. Un grupo de sobrevivientes integrado por una mujer y tres hombres que viven en sospechosa armonía se refugia en un gran centro comercial, donde cuentan con todo lo necesario para sobrevivir: alimentos, ropa, energía, entretenimiento.... los zombies rondan, pero carecen de iniciativa e ingenio para intentar alguna solución contra las barreras del centro comercial... hasta que por accidente, logran entrar. Pero, sorpresivamente, la gran mayoría de zombies se dedica únicamente a deambular por los inmensos espacios comerciales, observando con aparente curiosidad los escaparates y usando las escaleras mecánicas. “Es posible que cuando estaban vivos, venir al centro comercial fuera su única diversión. Ahora que están muertos, siguen viniendo aunque no saben por qué”. Este comentario de uno de los protagonistas es terriblemente irónico y agudo. En efecto, ¿qué diferencia hay entonces entre estar vivo y estar muerto, si la existencia se limita a un ir y venir por un centro comercial escuchando música ambiental? Resultamos siendo tan “zombies” como los muertos vivientes. Tras un largo interludio en el cual nuestros protagonistas disfrutan (acaso al igual que los zombies) de todos los bienes ofrecidos por la sociedad de consumo, otro grupo de humanos hará su aparición, destruyendo con su codicia esta relación de buena vecindad. Una pareja, compuesta por una blanca y un negro, logrará escapar hacia un posible lugar mejor (en todas las películas, los protagonistas “saben” de la existencia de regiones donde no hay zombies).


Tras el amanecer, siguió “El día de los muertos vivientes” (Day of the dead, 1985), en el que nuestros zombies se hacen más numerosos y los humanos más escasos. Esta vez, los sobrevivientes de turno están refugiados dentro de instalaciones militares, coexistiendo tensamente con civiles y científicos. Como buenos militares, intentan desarrollar una estrategia para acabar con los zombies, pero en buena cuenta, solo les sirve para sobrevivir. Mientras tanto, uno de los científicos ha iniciado una serie de experimentos con la finalidad de analizar el comportamiento de los zombies, logrando cierto éxito (y una relación casi paternal) con uno de ellos. Dentro de la atmósfera de tensión y reclusión de esta película, hay un espacio de humor (bueno, hay varios, pero en este caso, no se trata de humor negro) cuando vemos al zombie intentar afeitarse o aprendiendo a utilizar un walkman. Sin embargo, estos avances no significan nada para los militares, quienes solo piensan en términos de amigo-enemigo. Otra vez, sus miedos y ambiciones contribuirán a desencadenar la tragedia, cuando un grupo de zombies mantenidos en cautiverio para experimentar se libere, ocupando las instalaciones militares y permitiendo el ingreso de sus “colegas” del exterior. Nuevamente, una pareja conformada por una blanca y un negro logran huir en búsqueda del paraíso sin zombies, simbolizado por las islas del sur... “El día de los muertos vivientes” parecía ser el final de la serie, pues la idea, aparentemente, no daba para más.

“La tierra de los muertos vivientes” (Land of dead, 2005) es, más que una digna continuación, un cambio de perspectivas y – si se quiere-, un manifiesto en pro de la convivencia pacífica entre seres diferentes, o al menos, tan diferentes como pueden ser los vivos y los muertos
Con jugada maestra, Romero da una vuelta de tuerca completa y hace que el espectador simpatice más con los zombies que con los humanos. Éstos últimos han logrado refugiarse en una ciudad rodeada por dos ríos y una gran valla que la hace inexpugnable a los zombies. La vida dentro de esta ciudad, empero, dista de ser idílica, y no por la existencia de los muertos vivientes, sino por que reproduce todos los vicios de la humanidad: corrupción política, divisiones sociales absurdas, crimen organizado, policía represora... A diferencia de otras entregas, aparecen latinos en escena (John Leguizamo hace de “Cholo”, un matón que lleva un tatuaje de algo que parece un tumi en un hombro), y como homenaje, Asia Argento (hija de Darío Argento, cineasta italiano cuya película “Infierno” no me cansaré de recomendar nunca) y Tom Savini (el zombie del machete), director también de películas italianas de zombies.
Los humanos de la ciudad basan parte de su subsistencia en incursiones ocasionales a otras ciudades, pobladas definitivamente por zombies. Estos zombies, conscientes de la ausencia de seres humanos que comer, se dedican a deambular por ahí, acaso reconstruyendo lo que les queda de memoria. Así, un grupo de zombies integra una retreta en un parque intentando tocar penosamente instrumentos musicales. Una pareja que en vida fueron novios o enamorados pasea de la mano, y así... Este edén zombie es interrrumpido por la presencia ocasional de humanos que, habiéndoles perdido el miedo, saben distraerlos con fuegos artificiales que vuelven a los zombies más pasivos que lo habitual , al punto de ignorar la presencia de la codiciada carne humana fresca. Lo malo es que no faltan humanos fastidiosos que, por puro gusto, gastan bromas a los zombies (les arrancan miembros o los matan). Un zombie es asesinado por un grupo de motociclistas, ante la vista de un muerto viviente que en vida fuera un negro y fornido operario de una estación de gasolina. Este zombie “reacciona” de manera distinta a los demás. Muestra ira ante el maltrato de los humanos, y razona que estos provienen de la ciudad aislada, cuyo edificio más alto (y plenamente iluminado) brilla como un faro que guía a un grupo cada vez más creciente de zombies, liderados por el zombie grifero. El enfrentamiento entre zombies y humanos, empero, es menos cruento que el enfrentamieto entre humanos, incapaces de mostrar la determinación y fidelidad que muestran los zombies entre sí. Los protagonistas, un grupo de descontentos con el sistema, deberán optar entre escapar o quedarse para ayudar a la población inocente. La escena más significativa de esta película es aquella en la que, teniendo a un grupo de zombies en la mira, los protagonistas humanos (también los hay) deciden no eliminarlos, pues los consideran que, al igual que ellos, simplemente buscan un lugar donde vivir (por cierto, para esta entrega, el paraíso terrenal está en las desoladas tierras canadienses).
Como en las otras películas (excepto la primera), la humanidad (y los zombies) siguen moviéndose...

Daniel Salvo

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10/18/2005

AUTORES- Algernon Blackwood

Una nueva colaboración de Kala Azar, ahora acerca del autor inglés Algernon Blackwood


Algernon Blackwood
(1869- 1951)

Ingles, Maestro del cuento preternatural, fue un prolífico autor de fantasía y terror. Su cuento “The Willows” es considerado una de las mejores obras jamás escritas en el terreno de lo sobrenatural.
H. P. Lovecraft dice de el: "Comprende, mejor que nadie, cuán plenamente viven algunos espíritus sensibles en el límite del sueño, y cuán relativamente leve es la distinción entre las imágenes formadas por objetos reales y las suscitadas por el fuego de la imaginación".

Bibliografía (en español)

  • La Casa Vacía
  • El Valle Perdido
  • Culto secreto y otros relatos
  • John Silence, investigador de lo oculto.


Transición

Algernon Blackwood


John Mudbury regresaba de sus compras con los brazos llenos de regalos navideños. Eran las siete pasadas y las calles estaban atestadas de gente. Era un hombre corriente, vivía en un piso corriente de las afueras, con una mujer corriente y unos hijos corrientes. Él no los consideraba corrientes, aunque sí los demás. Traía un regalo corriente a cada uno: una agenda barata para su mujer, una pistola de aire comprimido para el chico y así sucesivamente. Tenía más de cincuenta años, era calvo, oficinista, honesto de hábitos y manera de pensar, de opiniones inseguras, ideas políticas inseguras e ideas religiosas inseguras. Sin embargo, se tenía a sí mismo por un caballero firme y decidido, sin percatarse de que la prensa matinal determinaba sus opiniones del día. Y vivía... al día. Físicamente estaba bastante sano, salvo el corazón, que lo tenía débil (cosa que nunca le preocupó); y pasaba las vacaciones de verano jugando mal al golf, mientras sus hijos se bañaban y su mujer leía a Garvice tumbada en la arena. Como la mayoría de los hombres, soñaba, ociosamente con el pasado, se le escapaba embarulladamente el presente, e intuía vagamente -tras alguna que otra lectura imaginativa- el futuro.

-Me gustaría sobreexistir -decía- si la otra vida fuera mejor que ésta -mirando a su mujer y sus hijos, y pensando en el trabajo diario-. ¡Si no...! -y se encogía de hombros como hace todo hombre valeroso.

Acudía a la iglesia con regularidad. Pero nada en la iglesia lo convencía de que iba a subsistir en la otra vida, ni le inclinaba a esperar tal cosa. Por otra parte, nada en la vida lo convencía de que no fuera o no pudiera ser así. «Soy evolucionista», le encantaba decir a sus pensativos amigotes (delante de una copa), ignorando que se hubiera puesto en duda jamás el darwinismo.

Así, pues, volvía a casa contento y feliz, con su montón de regalos navideños «para la mujer y los chicos», y recreándose con la idea de la alegría y animación de su familia. La noche anterior había llevado a «su señora» a ver Magia en un selecto teatro de Londres frecuentado por intelectuales... y se había entusiasmado lo indecible. Había ido indeciso, aunque esperando algo fuera de lo corriente. «No es un espectáculo musical -advirtió a su mujer-; ni tampoco una comedia o una farsa, en realidad», y en respuesta a la pregunta de ella sobre qué decían las críticas, se encogió, suspiró y enderezó cuatro veces su chillona corbata en rápida sucesión.
Porque no podía esperarse que un «hombre de la calle» con una pizca de dignidad entendiese lo que decían los críticos, aunque entendiese la Obra. Y John había contestado con toda sinceridad: «Bueno, dicen cosas. Pero el teatro está siempre lleno... y eso es lo que cuenta».

Y ahora, al cruzar Piccadilly Circus entre el gentío para coger el autobús, quiso el azar que (al ver un anuncio) le absorbiese el cerebro dicha Obra particular, o más bien el efecto que le causara en su momento. Porque le había cautivado lo indecible: con las maravillosas posibilidades que insinuaba, su tremenda osadía, su belleza alerta y espiritual... El pensamiento de John se lanzó en pos de algo: en pos de esa sugerencia curiosa de un universo más grande, en pos de la sugerencia cuasi divertida de que el hombre no es el único... Y aquí chocó con una frase que la memoria le puso delante de las narices: «La ciencia no agota el Universo», ¡al tiempo chocaba con otra clase de fuerza destructora...!

No supo exactamente cómo ocurrió. Vio un Monstruo feroz que lo miraba con ojos de fuego. ¡Era horrible! Se abalanzó sobre él. Lo esquivó... y otro Monstruo salió de una esquina a su encuentro. Corrieron los dos a un tiempo hacia él. Se hizo a un lado otra vez, con un salto que podía haber salvado fácilmente una valla, pero fue demasiado tarde. Le cogieron entre los dos sin piedad, y el corazón se le subió literalmente a la boca. Le crujieron los huesos... Tuvo una sensación dulce, un frío intenso y un calor como de fuego. Oyó un rugir de bocinas y voces. Vio arietes; y un testudo de hierro... Luego surgió una luz cegadora... «¡Siempre de cara al tráfico!», recordó con un grito frenético; y merced a una suerte extraordinaria, ganó milagrosamente la acera opuesta.

No había duda al respecto. Se había librado por los pelos de una muerte desagradable. Primero, comprobó a tientas los regalos: los tenía todos. Luego, en vez de alegrarse y tomar aliento, emprendió apresuradamente el regreso -¡a pie, lo que probaba que se le había descontrolado un poco la cabeza!-, pensando sólo en lo desilusionados que se habrían quedado su mujer y sus hijos si... bueno, si hubiese ocurrido algo. Otra cosa de la que se dio cuenta, extrañamente, fue de que ya no amaba a su mujer en realidad, y que sólo sentía por ella un gran afecto. Sabe Dios por qué se le ocurrió tal cosa; el caso es que lo pensó. Era un hombre honesto, sin fingimientos. La idea le vino como un descubrimiento. Se volvió un instante, vio la multitud arremolinada alrededor del barullo de taxis, cascos de policías
centelleando con las luces de los escaparates... y avivó el paso otra vez, con la cabeza llena de pensamientos alegres sobre los regalos que iba a repartir... los niños acudiendo a la carrera... y su mujer -¡un alma bendita!- contemplando embobada los paquetes misteriosos...

Y, aunque no lograba explicarse cómo, al poco rato estaba ante la puerta del edificio carcelario donde tenía su piso, lo que significaba que había hecho a pie las tres millas. Iba tan ocupado y absorto en sus pensamientos que no se había dado cuenta de la larga caminata. «Además -reflexionó, pensando cómo se había salvado por los pelos-, ha sido un susto tremendo. Una mald... experiencia, a decir verdad.» Todavía se notaba algo aturdido y tembloroso. A la vez, no obstante, se sentía contento y eufórico.

Contó los regalos... saboreó con antelación la alegría que iban a producir... y abrió rápidamente con la llave. «Llego tarde -comprendió-; pero cuando ella vea los paquetes de papel marrón, se le olvidará decir nada. Dios bendiga a esa alma fiel.» Hizo girar suavemente la llave una segunda vez y entró de puntillas en el piso... Tenía el espíritu henchido del sentimiento dominante de esta tarde: la felicidad que los regalos navideños iban a proporcionar a su mujer y sus hijos.

Oyó ruido. Colgó el sombrero y el abrigo en el diminuto vestíbulo (nunca lo
llamaban «recibimiento»), y se dirigió sigilosamente a la puerta del salón con los paquetes escondidos detrás. Sólo pensaba en ellos, no en sí mismo... O sea, en su familia, no en los paquetes. Abrió la puerta a medias y se asomó discretamente. Para estupefacción suya, la habitación estaba llena de gente. Retrocedió con rapidez, preguntándose qué podía significar. ¿Una fiesta? ¿Sin saberlo él? ¡Qué raro...! Experimentó un profundo desencanto. Pero al retroceder, se dio cuenta de que en el vestíbulo había gente también.

Estaba enormemente sorprendido; aunque, por otra parte, no lo estaba en absoluto. Lo estaban felicitando. Había una verdadera muchedumbre. Además, los conocía a todos; al menos, sus caras le sonaban más o menos. Y todos lo conocían a él.
-¿No es gracioso? -rió alguien, dándole una palmadita en la espalda-. ¡Ellos no tienen ni la menor idea...!

El que hablaba -el viejo John Palmer, el contable de la oficina, recalcó la palabra «ellos».

-Ni la menor idea -contestó él con una sonrisa, diciendo algo que no entendía, aunque sabía que era cierto.

Su rostro, al parecer, reflejaba la absoluta perplejidad que sentía. El impacto del golpe recibido había sido mayor de lo que él había creído, evidentemente... Su cabeza desvariaba... ¡al parecer! Pero lo raro era que jamás en la vida se había sentido tan despejado. Había mil cosas que de repente se le habían vuelto de lo más sencillas. Pero cómo se apretujaba esta gente, y con cuánta... ¡familiaridad!
-Mis paquetes -dijo, abriéndose paso a empujones, alegremente, entre la multitud-. Son regalos de Navidad que les he comprado -señaló con la cabeza hacia la habitación-. He estado ahorrando durante semanas, sin fumar un cigarro ni acercarme a un billar, y privándome de otras cosas, para comprarlos.

-¡Buen muchacho! -dijo Palmer con una risotada-. El corazón es lo que cuenta.
Mudbury lo miró. Palmer había dicho una verdad como un templo; aunque, probablemente, la gente no lo entendería ni le creería.

-¿Eh? -preguntó, sintiéndose torpe y estúpido, confundido entre dos significados, uno de los cuales era bonito y el otro indeciblemente idiota.

-Por favor, señor Mudbury, pase. Lo están esperando -dijo amable y pomposamente una voz. Y al volverse, se encontró con los ojos benévolos y estúpidos de sir James Epiphany, el director del banco donde trabajaba.

El efecto de la voz fue instantáneo debido al prolongado hábito.
-Desde luego -sonrió de corazón, y avanzó como movido por una costumbre inveterada. ¡Ah, qué feliz y contento se sentía! Su afecto por su mujer era real. El amor, desde luego, se había desvanecido; pero la necesitaba... y ella le necesitaba a él. Y a sus hijos -Milly, Bill y Jean- los quería profundamente. ¡Valía la pena vivir!
En la habitación había bastante gente... pero reinaba un asombroso silencio. John Mudbury miró en torno suyo. Dio unos pasos hacia su mujer, que estaba sentada en la butaca del rincón con Milly sobre sus rodillas. Algunos hablaban y andaban de un lado para otro. El número de personas aumentaba por momentos. Se colocó frente a ellas: frente a Milly y su mujer. Y les dirigió la palabra, tendiéndoles los paquetes. «Es Nochebuena -susurró tímidamente-; y les he... les he traído algo... a cada una. ¡Miren!» Les puso los paquetes delante.

-Por supuesto, por supuesto -dijo una voz detrás él-; pero aunque se pasase usted un siglo entero presentándoselos, daría igual: ¡no los verán jamás!
-Creo... -susurró Milly, mirando a su alrededor.

-¿Qué es lo que crees? -preguntó vivamente su madre-. Siempre estás pensando cosas extrañas.

-Creo -prosiguió la niña, ensoñadora- que Papá ya está aquí -calló; luego añadió con la insoportable convicción de los niños-: estoy segura. Siento su presencia.

Sonó una carcajada extraordinaria. Era sir James Epiphany el que reía. Los demás -toda la multitud- volvieron la cabeza y sonrieron también. Pero la madre, apartando de sí a la criatura, se levantó súbitamente con un gesto violento. Se le había vuelto blanca la cara. Extendió los brazos... al aire que tenía ante ella. Aspiró con dificultad, se estremeció. Había angustia en sus ojos.

-¡Miren! -repitió John-. Les he traído los regalos.

Pero su voz, por lo visto, no produjo el menor sonido. Y con una punzada de frío dolor, recordó que Palmer y sir James habían muerto hacía años.

-Es magia -exclamó-. Pero... yo te quiero, Jinny; te quiero... y... y siempre te he sido fiel; fiel como el acero. Nos necesitarnos el uno al otro... ¿acaso no te das cuenta? Seguiremos juntos, tú y yo, por los siglos de los siglos...
-Piense -lo interrumpió una voz exquisitamente tierna-; ¡no grite! Ellos no pueden oírlo... ahora -y al volverse, John Mudbury se encontró con los ojos de Everard Minturn, su presidente del año anterior. Minturn se había ahogado en el hundimiento del Titanic.

Entonces se le cayeron los paquetes. El corazón le dio un enorme brinco de alegría.
Vio que su cara -la de su mujer- miraba a través de él.
Pero la niña lo miraba directamente a los ojos. Lo veía.

Lo que su conciencia registró a continuación fue el tintinear de algo... lejos, muy lejos. Sonaba a millas debajo de él... dentro de él... era él mismo quien sonaba -absolutamente desconcertado- como una campanilla. Era una campanilla.

Milly se inclinó y recogió los paquetes. Su cara irradiaba felicidad y alegría...
Pero a continuación entró un hombre, un hombre de cara solemne y ridícula, con un lápiz y un cuaderno. Llevaba un casco azul marino. Detrás de él venía una fila de hombres. Traían algo... algo..., Mudbury no podía ver con claridad qué era. Pero cuando se abrió paso entre la alegre muchedumbre para mirar, distinguió vagamente dos ojos, una nariz, una barbilla, una mancha de color rojo oscuro y un par de manos cruzadas sobre un abrigo. Una figura de mujer cayó entonces sobre ellas, y oyó a sus hijos sollozar extrañamente... luego otros sonidos... como de voces familiares riendo... riendo de alegría.

-Dentro de poco se reunirán con nosotros. El tiempo es como un relámpago.
Y, al volverse rebosante de dicha, vio que era sir James quien había hablado, al tiempo que cogía a Palmer del brazo, como en un gesto natural, aunque inesperado, de afectuosa y amable amistad.

-Vamos -dijo Palmer sonriendo, como el que acepta un don en la comunidad universal-, ayudémoslos. No lo comprenderán... Pero siempre podemos intentarlo.
La multitud entera, riente y gozosa, se elevó. Fue, por fin, un instante de vida auténtica y cordial. La paz y la alegría y el júbilo reinaban en todas partes.
Entonces comprendió John Mudbury la verdad: que estaba muerto

FIN.

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AUTORES - Rubén Darío

Una nueva colaboración de Kala Azar, ahora sobre Rubén Darío.





Rubén Dario (1817-1916)

Poeta y escritor nicaragüense fundador del modernismo, Su producción en el campo de la literatura “macabra” y de fantasía, aunque escasa, es prácticamente desconocida entre el publico general. Cuentos como "Betún y sangre", El caso de la señorita Amelia. Cuento de Pascuas, La larva, Thanathopia", La extraña muerte de fray Pedro, "La historia prodigiosa y El Salomón negro, en los que se evidencia la influencia de escritores como Poe y Hoffman, pueden considerarse dentro de esta vertiente.

Enlace: http://www.ucm.es/info/especulo/numero13/rdario.html

Bibliografía:


  • Cuentos Fantásticos (selección de José Olivio Jimenez)



La pesadilla de Honorio.


Rubén Darío


¿Dónde? A lo lejos, la perspectiva abrumadora y monumental de extrañas arquitecturas, órdenes visionarios, estilos de un orientalismo portentoso y desmesurado. A sus pies un suelo lívido; no lejos, una vegetación de árboles flacos, desolados, tendiendo hacia un cielo implacable, silencioso y raro, sus ramas suplicantes, en la vaga expresión de un mudo lamento. En aquella soledad Honorio siente la posesión de una fría pavura...

¿Cuándo? Es en una hora inmemorial, grano escapado quizás del reloj del tiempo. La luz que alumbra no es la del sol; es como la enfermiza y fosforescente claridad de espectrales astros. Honorio sufre el influjo de un momento fatal, y sabe que en esa hora incomprensible todo está envuelto en la dolorosa bruma de una universal angustia. Al levantar sus ojos a la altura un estremecimiento recorre el cordaje de sus nervios: han surgido del hondo cielo constelaciones misteriosas que forman enigmáticos signos anunciadores de próximos e irremediables catástrofes... Honorio deja escapar de sus labios, oprimido y aterrorizado, un lamentable gemido: ¡Ay!...
Y como si su voz tuviese el poder de una fuerza demiúrgica, aquella inmensa ciudad llena de torres y rotondas, de arcos y espirales, se desplomó sin ruido ni fracaso, cual se rompe un fino hilo de araña.

¿Cómo y por qué apareció en la memoria de Honorio esta frase de un soñador: la tiranía del rostro humano? Él la escuchó dentro de su cerebro, y cual si fuese la víctima propiciatoria ofrecida a una cruel deidad, comprendió que se acercaba el instante del martirio, del horrible martirio que le sería aplicado... ¡Oh sufrimiento inexplicable del condenado solitario! Sus miembros se petrificaron, amarrados con ligaduras de pavor; sus cabellos se erizaron como los de Jo b cuando pasó cerca de él un espíritu; su lengua se pegó al paladar, helada e inmóvil; y sus ojos abiertos y fijos empezaron a contemplar el anonadador desfile. Ante él había surgido la infinita legión de las Fisonomías y el ejército innumerable de los Gestos.

Primero fueron los rostros enormes que suelen ver los nerviosos al comenzar el sueño, rostros de gigantes joviales, amenazadores, pensativos o enternecidos.
Después...

Poco a poco fue reconociendo en su penosa visión estas o aquellas línea, perfiles y facciones: un bajá de calva frente y los ojos amodorrados; una faz de rey asirio, con la barba en trenzas; un Vitelio con la papada gorda, y un negro, negro, muerto de risa. Una máscara blanca se multiplicaba en todas las expresiones: Pierrot. Pierrot indiferente, Pierrot amoroso, Pierrot abobado, Pierrot terrible, Pierrot, desmayándose de hilaridad; doloroso, pícaro, inocente, vanidoso, cruel, dulce, criminal: Pierrot mostraba el poema de su alma en arrugas, muecas, guiños y retorcimientos faciales. Tras él los tipos de todas las farsas y las encarnaciones simbólicas. Así erigían enormes chisteras grises, cien congestionados johmbulles y atroces tíosamueles, tras los cuales Punch encendía la malicia de sus miradas sobre su curva nariz. Cerca de un mandarín amarillo de ojos circunflejos, y bigotes ojivales, un inflado fraile, cuya cara cucurbitácea tenía incrustadas dos judías negras por pupilas; largas narices francesas, potentes mandíbulas alemanas, bigotazos de Italia, ceños españoles; rostros exóticos: el del negro rey Baltasar, el del malayo de Quincey, el de un persa, el de un gaucho, el de un torero, el de un inquisidor... «Oh, Dios mío...» --suplicó Honorio--. Entonces oyó distintamente una voz que le decía: «¡Aún no, sigue hasta el fin!» Y apareció la muchedumbre hormigueante de la vida banal de las ciudades, las caras que representan a todos los estados, apetitos, expresiones, instintos, del ser llamado Hombre; la ancha calva del sabio de los espejuelos, las nariz ornada de rabiosa pedrería alcohólica que luce en la faz del banquero obeso; las bocas torpes y gruesas; las quijadas salientes y los pómulos de la bestialidad; las faces lívidas, el aspecto del rentista cacoquimio; la mirada del tísico, la risa dignamente estúpida del imbécil de salón, la expresión suplicante del mendigo; estas tres especialidades; el tribuno, el martillero y el charlatán, en las distintas partes de sus distintas arengas; «¡Socorro!» exclamó Honorio.

Y fue entonces la irrupción de las Máscaras, mientras en el cielo se desvanecía un suave color de oro oriental. ¡La legión de las Máscaras! Se presentó primero una máscara de actor griego, horrorizada y trágica, tal como la faz de Orestes delante de las Euménides implacables; y otra riente, como una gárgola surtidora de chistes. Luego por un fenómeno mnemónico, Honorio pensó en el teatro japonés, y ante su vista floreció un diluvio de máscaras niponas: la risueña y desdentada del tesoro de Idzoukoushima, una de Demé Jioman, cuyas mejillas recogidas, frente labrada por triple arruga vermicular y extendidas narices, le daban un aspecto de suprema jovialidad bestial; caras de Noriaki, de una fealdad agresiva; muecas de Quasimodo asiáticos, y radiantes máscaras de dioses, todas de oro. De China Lao-tse, con un inmenso cráneo., Pou-tai, el sensual con su risa de idiota; de Konei-Sing, dios de la literatura, la máscara mefistofélica; y con sus cascos, perillas y bigotes escasos, desfilan las de madarines y guerreros. Por último vio Honorio como un incendio de carmines y bermellones, y revoló ante sus miradas el enjambre carnavalesco. Todos los ojos: almendrados, redondos, triangulares, casi amorfos; todas las narices: chatas, roxelanas, borbónicas, erectas, cónicas, fálicas, innobles, cavernosas, conventuales, marciales, insignes; todas las bocas: arqueadas, en media luna, en ojiva, hechas con sacabocado, de labios carnosos, místicas, sensuales, golosas, abyectas, caninas, batracias, hípicas, asnales, porcunas, delicadas, desbordadas, desbridadas, retorcidas...; todas las pasiones, la gula, la envidia, la lujuria, los siete pecados capitales multiplicados por setenta veces siete...

Y Honorio no pudo más: sintió un súbito desmayo, y quedó en una dulce penumbra de ensueño, en tanto que llegaban a sus oídos los acordes de una alegre comparsa de Carnestolendas...
Fin



Thanathopia.


Rubén Darío


—Mi padre fue el célebre doctor John Leen, miembro de la Real Sociedad de Investigaciones Psíquicas, de Londres, y muy conocido en el mundo científico por sus estudios sobre el hipnotismo y su célebre Memoria sobre el Old. Ha muerto no hace mucho tiempo. Dios lo tenga en gloria.
(James Leen vació en su estómago gran parte de su cerveza y continuó:)
—Os habéis reído de mí y de lo que llamáis mis preocupaciones y ridiculeces. Os perdono, porque, francamente, no sospecháis ninguna de las cosas que no comprende nuestra filosofía en el cielo y en la tierra, como dice nuestro maravilloso William.
No sabéis que he sufrido mucho, que sufro mucho, aun las más amargas torturas, a causa de vuestras risas... Sí, os repito: no puedo dormir sin luz, no puedo soportar la soledad de una casa abandonada; tiemblo al ruido misterioso que en horas crepusculares brota de los boscajes en un camino; no me agrada ver revolar un mochuelo o un murciélago; no visito, en ninguna ciudad adonde llego, los cementerios; me martirizan las conversaciones sobre asuntos macabros, y cuando las tengo, mis ojos aguardan para cerrarse, al amor del sueño, que la luz aparezca.

Tengo el horror de la que, ¡oh Dios!, tendré que nombrar: de la muerte. Jamás me harías permanecer en una casa donde hubiese un cadáver, así fuese el de mi más amado amigo. Mirad: esa palabra es la más fatídica de las que existen en cualquier idioma: cadáver... Os habéis reído, os reís de mí: sea. Pero permitidme que os diga la verdad de mi secreto. Yo he llegado a la república Argentina, prófugo, después de haber estado cinco años preso, secuestrado miserablemente por el doctor Leen, mi padre; el cual, si era un gran sabio, sospecho que era un gran bandido. Por orden suya fui llevado a la casa de salud; por orden suya, pues, temía quizá que algún día me revelase lo que él pretendía tener oculto... Lo que vais a saber, porque ya me es imposible resistir el silencio por más tiempo.

Os advierto que no estoy borracho. No he sido loco. Él ordenó mi secuestro, porque... Poned atención.

(Delgado, rubio, nervioso, agitado por un frecuente estremecimiento, levantaba su busto James Leen, en la mesa de la cervecería en que, rodeado de amigos, nos decía esos conceptos. ¿Quién no le conoce en Buenos Aires? No es un excéntrico en su vida cotidiana. De cuando en cuando suele tener esos raros arranques. Como profesor, es uno de los más estimables en uno de nuestros principales colegios, y, como hombre de mundo, aunque un tanto silencioso, es uno de los mejores elementos jóvenes de los famosos cinderellas dance. Así prosiguió esa noche su extraña narración, que no nos atrevimos a calificar de fumisterie, dado el carácter de nuestro amigo. Dejamos al lector la apreciación de los hechos.)

—Desde muy joven perdí a mi madre, y fui enviado por orden paternal a un colegio de Oxford. Mi padre, que nunca se manifestó cariñoso para conmigo, me iba a visitar de Londres una vez al año al establecimiento de educación en donde yo crecía, solitario en mi espíritu, sin afectos, sin halagos.

Allí aprendí a ser triste. Físicamente era el retrato de mi madre, según me han dicho, y supongo que por esto el doctor procuraba mirarme lo menos que podía. No os diré más sobre esto. Son ideas que me vienen. Excusad la manera de mi narración.

Cuando he tocado ese tópico me he sentido conmovido por una reconocida fuerza. Procurad comprenderme. Digo, pues, que vivía yo solitario en mi espíritu, aprendiendo tristeza en aquel colegio de muros negros, que veo aún en mi imaginación en noches de luna... ¡Oh, cómo aprendí entonces a ser triste! Veo aún, por una ventana de mi cuarto, bañados de una pálida y maleficiosa luz lunar, los álamos, los cipreses... ¿por qué había cipreses en el colegio?..., y a lo largo del parque, viejos Términos carcomidos, leprosos de tiempo, en donde solían posar las lechuzas que criaba el abominable septuagenario y encorvado rector... ¿para qué criaba lechuzas el rector?... Y oigo, en lo más silencioso de la noche, el vuelo de los animales nocturnos y los crujidos de las mesas y una media noche, os lo juro, una voz: 'James.' ¡Oh, voz!

Al cumplir los veinte años se me anunció un día la visita de mi padre. Alegréme, a pesar de que instintivamente sentía repulsión por él; alegréme, porque necesitaba en aquellos momentos desahogarme con alguien, aunque fuese con él.
Llegó más amable que otras veces; y aunque no me miraba frente a frente, su voz sonaba grave, con cierta amabilidad para conmigo. Yo le manifesté que deseaba, por fin, volver a Londres, que había concluido mis estudios; que si permanecía más tiempo en aquella casa, me moriría de tristeza... Su voz resonó grave, con cierta amabilidad para conmigo:

—He pensado, cabalmente, James, llevarte hoy mismo. El rector me ha comunicado que no estás bien de salud, que padeces de insomnios, que comes poco. El exceso de estudios es malo, como todos los excesos. Además —quería decirte—, tengo otro motivo para llevarte a Londres. Mi edad necesitaba un apoyo y lo he buscado. Tienes una madrastra, a quien he de presentarte y que desea ardientemente conocerte. Hoy mismo vendrás, pues, conmigo.

¡Una madrastra! Y de pronto se me vino a la memoria mi dulce y blanca y rubia madrecita, que de niño me amó tanto, me mimó tanto, abandonada casi por mi padre, que se pasaba noches y días en su horrible laboratorio, mientras aquella pobre y delicada flor se consumía... ¡Una madrastra! Iría yo, pues, a soportar la tiranía de la nueva esposa del doctor Leen, quizás una espantable blue-stocking, o una cruel sabionda, o una bruja... Perdonad las palabras. A veces no sé ciertamente lo que digo, o quizá lo sé demasiado...

No contesté una sola palabra a mi padre, y, conforme con su disposición, tomamos el tren que nos condujo a nuestra mansión de Londres.
Desde que llegamos, desde que penetré por la gran puerta antigua, a la que seguía una escalera oscura que daba al piso principal, me sorprendí desagradablemente: no había en casa uno solo de los antiguos sirvientes.

Cuatro o cinco viejos enclenques, con grandes libreas flojas y negras, se inclinaban a nuestro paso, con genuflexiones tardas, mudos. Penetramos al gran salón. Todo estaba cambiado: los muebles de antes estaban sustituidos por otros de un gusto seco y frío. Tan solamente quedaba en el fondo del salón un gran retrato de mi madre, obra de Dante Gabriel Rossetti, cubierto de un largo velo de crespón.

Mi padre me condujo a mis habitaciones, que no quedaban lejos de su laboratorio. Me dio las buenas tardes. Por una inexplicable cortesía, preguntéle por mi madrastra. Me contestó despaciosamente, recalcando las sílabas con una voz entre cariñosa y temerosa que entonces yo no comprendía:

—La verás luego... Que la has de ver es seguro... James, mi hijito James, adiós. Te digo que la verás luego...
Ángeles del Señor, ¿por qué no me llevastéis con vosotros? Y tú, madre, madrecita mía, my sweet Lily, ¿por qué no me llevaste contigo en aquellos instantes? Hubiera preferido ser tragado por un abismo o pulverizado por una roca, o reducido a ceniza por la llama de un relámpago...

Fue esa misma noche, sí. Con una extraña fatiga de cuerpo y de espíritu, me había echado en el lecho, vestido con el mismo traje de viaje. Como en un ensueño, recuerdo haber oído acercarse a mi cuarto a uno de los viejos de la servidumbre, mascullando no sé qué palabras y mirándome vagamente con un par de ojillos estrábicos que me hacían el efecto de un mal sueño. Luego vi que prendió un candelabro con tres velas de cera. Cuando desperté a eso de las nueve, las velas ardían en la habitación.

Lavéme. Mudéme. Luego sentí pasos: apareció mi padre. Por primera vez, ¡por primera vez!, vi sus ojos clavados en los míos. Unos indescriptibles ojos, os lo aseguro; unos ojos como no habéis visto jamás, ni veréis jamás: unos ojos con una retina casi roja, como ojos de conejo; unos ojos que os harían temblar por la manera especial con que miraban.

—Vamos, hijo mío, te espera tu madrastra. Está allá, en el salón. Vamos.
Allá, en un sillón de alto respaldo, como una silla de coro, estaba sentada una mujer.
Ella...
Y mi padre:
—¡Acércate, mi pequeño James, acércate!
Me acerqué maquinalmente. La mujer me tendía la mano... Oí entonces, como si viniese del gran retrato, del gran retrato envuelto en crespón, aquella voz del colegio de Oxford, pero muy triste, mucho más triste:
'¡James!'
Tendí mi mano. El contacto de aquella mano me heló, me horrorizó. Sentí hielo en mis huesos. Aquella mano rígida, fría, fría... Y la mujer no me miraba. Balbucí un saludo, un cumplimiento.
Y mi padre:
—Esposa mía, aquí tienes a tu hijastro, a nuestro muy amado James. Mírale; aquí le tienes; ya es tu hijo también.

Y mi madrastra me miró. Mis mandíbulas se afianzaron una contra otra. Me poseyó el espanto: aquellos ojos no tenían brillo alguno. Una idea comenzó, enloquecedora, horrible, horrible, a aparecer clara en mi cerebro. De pronto, un olor, olor... ese olor, ¡madre mía!, ¡Dios mío! Ese olor.., no os lo quiero decir... porque ya lo sabéis, y os protesto: lo discuto aún; me eriza los cabellos.

Y luego brotó de aquellos labios blancos, de aquella mujer pálida, pálida, pálida, una voz, una voz como si saliese de un cántaro gemebundo o de un subterráneo:

—James, nuestro querido James, hijito mío, acércate; quiero darte un beso en la frente, otro beso en los ojos, otro beso en la boca...
No pude más. Grité:

—¡Madre, socorro! ¡Ángeles de Dios, socorro! ¡Potestades celestes, todas, socorro! ¡Quiero partir de aquí pronto, pronto; que me saquen de aquí!
Oí la voz de mi padre:

—¡Cálmate, James! ¡Cálmate, hijo mío! Silencio, hijo mío.
—No —grité más alto, ya en lucha con los viejos de la servidumbre—. Yo saldré de aquí y diré a todo el mundo que el doctor Leen es un cruel asesino; que su mujer es un vampiro; ¡que está casado mi padre con una muerta!



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10/03/2005

Los Subgéneros de la Fantasía (I)

Kala Azar inicia una nueva serie de envíos sobre los subgéneros de fantasía, espero la disfruten.



Desde la aparición en pantalla del Señor de los anillos el gusto por la literatura fantástica ha ido incrementándose en el publico general. Esto se evidencia en las estadísticas de ventas de libros y en el, esperado, aumento de la producción cinematográfica de filmes de este genero por parte de Hollywood.

Una característica critica de este genero es la de que el mundo recreado presente diferencias “del nuestro” que no puedan ser explicados por las leyes de la física, o no sean resultado directo de la ciencia y la tecnología. Es por esto que se la distingue de la ciencia ficción, aunque, como han señalado diversos autores es difícil trazar una línea, ya que en muchas ocasiones ambos géneros se superponen y resulta difícil separarlos uno de otro.

El género en su sentido moderno tiene menos de dos siglos y tiene sus antecedentes en los mitos de diferentes culturas y pueblos: Egipto, Grecia, Roma, Inglaterra, etc.

Para fines de estudio, podríamos separar a la literatura fantástica en las siguientes categorías:

  1. Fantasía oscura
  2. Espada y Hechicería.
  3. Fantasía Erótica
  4. Fantasía Bangsiana
  5. Fantasía contemporánea
  6. Alta fantasía
  7. Baja Fantasía.
  8. Fantasía Heroica.
  9. Fantasía Histórica
  10. Fantasía mítica.
  11. Fantasía Romántica.
  12. Mannerpunk
  13. Otras.

Fantasía oscura: Se caracteriza por historias que mezclan elementos de fantasía y terror. Es considerado por algunos un subgénero de la literatura de terror.

El Canto del Cisne
Autor: Robert McCammon (Ediciones Martinez Roca, 1992)

Sinopsis: En un mundo postapocaliptico una niña (Swan) con poderes sobrenaturales se enfrentara al mal.
Una excelente trama y personajes bien construidos que no olvidaran jamás










La Torre oscura. (ediciones B)
Autor: Stephen King

La saga que va ya por su sexta entrega .La canción de Susana y que se inicio en 1982 con La Hierba del diablo donde aparece uno de los personajes más interesantes y mejor construidos, a mi forma de ver, de la saga: El pistolero.
Una búsqueda legendaria de un sueño que ha tomado forma: La torre oscura.

Enlaces: http://torre-oscura.com/Inicio.htm









Francisco Ruiz Fernández.
Escritor español que incursiona en el género. Algunos de sus relatos pueden encontrarse en la red:


  • Cazador de cabezas (Axxon)
  • El Muro (Axxon 144)
  • Huecos en la estantería (Necronomicon año 3 N 4)
  • El sobre negro (Eridano 8) AlfaEridiani.
Enlaces: http://www.txisko.com/

Otros autores:


Espada y Hechicería.

Término acuñado por Fritz Leiber (1960). Los elementos característicos del género son la presencia de personajes arquetípicos, espadachines inmorales y sus frecuentes confrontaciones, a menudo sangrientas con agentes malvados en tierras imaginarias. Tiende a confundirse con la Fantasía Heroica ya que comparte algunas de sus caracteristicas.

Las Crónicas del Campeón Eterno
Autor: Michael Moorcock

Saga conformada por ocho libros que cuentan la historia y aventuras de Elric de Melnibone, un guerrero albino aliado a los “Señores del Caos”.
¿Por qué fui yo el escogido? se pregunta Elric al principio de la saga dándonos la pauta de uno de los antihéroes clásicos en la historia de la literatura Fantástica. Paisajes de belleza surrealista y aventuras donde lo sobrenatural es un personaje más.

Portadora de Tormentas:
Autor: Michael Moorcock

Elric cabalgaba como un espantajo gigante, lúgubre y rígido sobre el lomo macizo de su corcel nihrainiano. Tenia un rostro sombrío cubierto con una mascara que ocultaba la emoción, y los ojos enrojecidos le ardían como carbones en las orbitas hundidas...

Así comienza Portadora de Tormentas que en opinión de David Pringle, “es el libro cumbre de la serie, el cuento que lleva a su final la saga predestinada de Elric”.
enlace:http://www.arrakis.es/~erekose/


Conan.
Autor:Robert E Howard

Otra de las obras clásicas del género que ha originado un sinfín de “secuelas” en la la literatura, el cine, el comic y la televisión.
Conan el Cimmerio, una de las figuras míticas de nuestro tiempo vio la luz en una serie de cuentos y novelas cortas. El primer libro que se publico fue Conan el Conquistador (1950) un relato extenso cuyo titulo original era “La Hora del Dragón."


Otros autores:

  • Fritz Leiber (La saga del Fafhrd y el Ratonero Gris. Encuentro en Lankhmar)
  • L Sprague de Camp


(Continuara…)


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9/28/2005

AUTORES- Horacio Quiroga

Una nueva de Kala Azar, ahora respecto del autor argentino Horacio Quiroga.


Horacio Quiroga
(1878- 1937)

Escritor uruguayo, escritor prolífico (alrededor de doscientos cuentos) cuya vida atormentada le hizo explorar temas considerados Tabú para su época. Escribió poesía, novelas y cuentos pero es en este último género donde su talento roza la genialidad. La muerte fue su compañera durante gran parte de su vida. Sus relatos más oscuros son una expresión de este fatídico matrimonio. Es autor del famoso “Decálogo del Cuentista."

Bibliografía:

  • Los arrecifes de coral" (1901) (Poesía)
  • "El crimen del otro" 1904
  • “Historia de un amor Turbio (1908) (primera novela)
  • "Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte" (1916)
  • "El Salvaje" (1920,)
  • "Cuentos de la Selva" (1921)
  • "Anaconda" (1923)
  • "Los Desterrados" (1926)
  • "Más Allá" (1934)


LA GALLINA DEGOLLADA

Horacio Quiroga


TODO EL DÍA, sentados en el patio en un banco, estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos y volvían la cabeza con la boca abierta. El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.

Otras veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.

El mayor tenía doce años, y el menor ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.
Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo: ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?

Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció, bella y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesional que está visiblemente buscando las causas del mal en las enfermedades de los padres.

Después de algunos días los miembros paralizados recobraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se habían ido del todo; había quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.

—¡Hijo, mi hijo querido! —sollozaba ésta, sobre aquella espantosa ruina de su primogénito.
El padre, desolado, acompañó al médico afuera.
—A usted se le puede decir; creo que es un caso perdido.
Podrá mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.
—¡Sí...! ¡sí...! —asentía Mazzini—. Pero dígame; ¿Usted cree que es herencia, que...?
—En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar bien.

Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.

Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació éste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente amanecía idiota.

Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. ¡Luego su sangre, su amor estaban malditos! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no pedían más belleza e inteligencia como en el primogénito; ¡pero un hijo, un hijo como todos!

Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.

Mas, por encima de su inmensa amargura, quedaba a Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse sólo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada más. Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora descendencia. Pero pasados tres años desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.

No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba, en razón de su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese momento cada cual había tomado sobre sí la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias que habían nacido de ellos, echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.

Iniciáronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a más del insulto había la insidia, la atmósfera se cargaba.
—Me parece —díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos— que podrías tener más limpios a los muchachos.
Berta continuó leyendo como si no hubiera oído.
—Es la primera vez —repuso al rato— que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.
Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:
—De nuestros hijos, ¿me parece?
—Bueno; de nuestros hijos. ¿Te gusta así? —alzó ella los ojos.
Esta vez Mazzini se expresó claramente:
—¿Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?
—¡Ah, no! —se sonrió Berta, muy pálida— ¡pero yo tampoco, supongo...! ¡No faltaba más...! —murmuró.
—¿Qué, no faltaba más?
—¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería decir.
Su marido la miró un momento, con brutal deseo de insultarla.
—¡Dejemos! —articuló, secándose por fin las manos.
—Como quieras; pero si quieres decir...
—¡Berta!
—¡Como quieras!

Este fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las inevitables reconciliaciones, sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.
Nació así una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando siempre otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieron en ella toda su complacencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mimo y la mala crianza.

Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que la hubieran obligado a cometer. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo mismo.

No por eso la paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de su descendencia podrida. Habían acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no quedara distendido, y al menor contacto el veneno se vertía afuera. Desde el primer disgusto emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición, es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona. Antes se contenían por la mutua falta de éxito; ahora que éste había llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro engendros que el otro habíale forzado a crear.

Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca. Pasaban casi todo el día sentados frente al cerco, abandonados de toda remota caricia.

De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura tuvo algún escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota, tornó a reabrir la eterna llaga.

Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue, como casi siempre, los fuertes pasos de Mazzini.
—¡Mi Dios! ¿No puedes caminar más despacio? ¿Cuántas veces...?
—Bueno, es que me olvido; ¡se acabó! No lo hago a propósito.
Ella se sonrió, desdeñosa:
—¡No, no te creo tanto!
—Ni yo, jamás, te hubiera creído tanto a ti... ¡tisiquilla!
—¡Qué! ¿Qué dijiste...?
—¡Nada!
—Sí, te oí algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a tener un padre como el que has tenido tú!
Mazzini se puso pálido.
—¡Al fin!— murmuró con los dientes apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías!
—¡Sí, víbora, sí! Pero yo he tenido padres sanos ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Esos son hijos tuyos, los cuatro tuyos!
Mazzini explotó a su vez.
—¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón picado, víbora!
Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita selló instantáneamente sus bocas. A la una de la mañana la ligera indigestión había desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto hirientes fueran los agravios.

Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba escupió sangre. Las emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra.

A las diez decidieron salir, después de almorzar. Como apenas tenían tiempo, ordenaron a la sirvienta que matara una gallina.

El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia (Berta había aprendido de su madre este buen modo de conservar frescura a la carne), creyó sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación... Rojo... rojo...
—¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina.
Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni aun en esas horas de pleno perdón, olvido y felicidad reconquistada, podía evitarse esa horrible visión! Porque, naturalmente, cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritado era su humor con los monstruos.

—¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!
Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco.
Después de almorzar, salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires, y el matrimonio a pasear por las quintas. Al bajar el sol volvieron, pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija escapóse en seguida a casa.
Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca.

De pronto, algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, quería observar por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa la cresta. Quería trepar, eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla desfondada, pero faltaba aún. Recurrió entonces a un cajón de kerosene, y su instinto topográfico hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.

Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio, y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse más.

Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana, mientras una creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie, iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente, sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.

—¡Suéltame! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.
—¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del borde, pero sintióse arrancada y cayó.
—Mamá, ¡ay! Ma...
No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo.

Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz de su hija.
—Me parece que te llama —le dijo a Berta.
Prestaron oído inquietos pero no oyeron más. Con todo, un momento después se despidieron, y mientras Berta iba a dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.
—¡Bertita!
Nadie respondió.
—¡Bertita! —alzó mas la voz ya alterada.
Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló de horrible presentimiento.
—¡Mi hija, mi hija! —corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta entornada, y lanzó un grito de horror.
Berta, que ya se había lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre, oyó el grito y respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como la muerte, se interpuso conteniéndola:
—¡No entres! ¡No entres!
Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre. Sólo pudo echar sus brazos sobre la cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.



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