11/22/2010

Libros: Líneas Muertas (2004)

Greg Bear (San Diego, 1951) es un escritor que, dentro de los géneros del fantástico y sus diversos ramales, en particular la ciencia ficción, debe ser extraño a muy pocos, muy leído, multipremiado y aclamado tanto por la crítica como el público, nos ha legado ya en su extensa producción literaria obras trascendentes como Eón (1987) o Marte se mueve (1993)

Lineas muertas (dead lines, 2004) es no la primera, pero si la más reciente incursión de este afamado autor en el formato (o el registro,si se quiere) del thriller (junto con la ya comentada Vitales) Historias, que, como bien conocen los entendidos en la materia, tratan consistentemente de un misterio que, revelado de a pocos y omnipresente como denominador común a cierto acontecimiento que determinó las trayectorias de los personajes en cierto momento anterior al inicio de la narración, acaba desenrollándose, con consecuencias imprevisibles y siempre sorprendentes para los involucrados -o por lo menos, el lector-.

En este caso, Bear nos pone en la piel de Peter Russell, un ficticio director retirado de películas softcore en los 60s y 70s, quien, ya establecido en la vida y buscando otro tipo de ocupaciones, es sacudido por una tragedia personal, la pérdida de una de sus hijas, asesinada brutalmente sin que ni los motivos ni los responsables fueran aclarados. Años después, Peter, divorciado y emocionalmente quebrado, se aferra a encargos de poca monta para sobrevivir, en especial de las costillas de un antiguo benefactor, Joseph Adrian Benoliel.

Es la confluencia de hechos entre una pregunta que Benoliel solicita a Russell hacer a una determinada mística (de nombre Sandaji) y la aparición, de la mano de la esposa de este, Michelle, de unos misteriosos aparatos llamados trans el inicio del despeñadero final para Russell que es esta novela. Siendo este despeñadero, en cierto sentido, la narración de un viaje de reconciliación, castigo y, de acuerdo a como el lector pueda interpretarlo, expiación.

La narración es lineal, con algunos dislates temporales (flashbacks) un epílogo y prólogo algo crípticos, pero muy inteligibles y solo una digresión notable, al principio, con la descripción detallada de un lugar específico y su historia pasada, que, más adelante en el texto, demuestran su importancia en la trama general, se nota en ello que Bear no ha dejado nada al azar y que la argumentación -si se la quiere llamar a sí- en pro de la tesis que sostiene acerca de su particular interpretación de lo que nos pasa (o debería pasar) cuando cruzamos, como dirían los egipcios, "al otro lado del río" es considerablemente sólida, pese a enfrentarnos con alusiones a la locura, a la racionalización apresurada, a la crítica destructiva y a la siempre desoladora mirada desde el trauma, la limitación y la pérdida.

Así, viajamos con Peter Russell, desde las atestadas autopistas de Los Angeles al condado Marin, donde la primera clarinada de alerta (la muerte de su amigo Phil) ocurre repentinamente. Y en medio la intervención indirecta de Benoliel y de un cínico empresario (de nombre Weinstein) continúa por el camino hacia la última morada de Phil (el oceáno, tal como le habría gustado) y luego de regreso a la ciudad, pasando por la infáme prisión de San Andreas, reconvertida en un parque empresarial donde Weinstein y el "Científico loco" de turno (de nombre Arpad Kreissler) nos introducen a la bête noire, el corazón de la red Trans, la promesa de un espacio vacío de ancho de banda, donde, por algún motivo cuya explicación escapa a los intereses del relato, no hay demora en la comunicación ni pérdida de calidad por la distancia, en la explicación de Kerissler nos habla de un Gran espacio de Silencio allí presente y virgen para ser utilizado por un mundo cada vez más deseoso de comunicarse.

Lo que todos, incluyendo Kreissler desconocen, es que ese espacio de silencio existe por un propósito y que irrumpir en él implica consecuencias peligrosas para los que aun estamos aquí.

Bear, a través de las peripecias de Russell, que se desarrollan tanto fuera como dentro de su mente, nos introduce a su particular teoría de lo que nos pasa cuando morimos y como algunos lugares parecen tener una concentración especial de algunos "rastros" de personas que sencillamente no pueden -o no quieren- irse. Detalles de la cual dejaré para los lectores.

En suma, un libro ágil, con una propuesta fuerte y sobre todo, con personajes creibles, que nos recuerda que hablar de la muerte es, en suma, hablar de la importancia de la vida.

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