8/22/2012

Atrapados en la casa sin tiempo (Seabury Quinn)



Tras leer los cuentos de Seabury Queen que la editorial Pulp Collection, uno se pregunta si el pulp (fantástico, policial, ciencia ficción, romántico, cómico, terror, espionaje, bélico, etc.) no debería ya ser considerado un género literario propio. Ningún escritor pulp aspira a la canonización literaria, eso es seguro, pero es que uno encuentra cada joya, cada historia que, sin mayor pretensión (y eso es lo que más amo de este género, el aliento casi amical que transmiten los autores en sus textos), se convierte en un trozo memorable de tu vida. Cuentos que no sólo forman parte de tu bagaje cultural (término que solía oir a mi padre), sino que llegan a hacerse parte de tu vida, algo que les da un contenido que no se parece a ningún otro.
Seabury Quinn (1889-1969), escribió cuentos basados en sus conocimientos de ocultismo y brujería, en los que demuestra gran erudición. Uno de ellos, El último hombre, nos ofrece una excelente descripción de una ceremonia del vudú haitiano, ritual que trata con un respeto digno de un científico.
No se crea que esta vastedad de conocimientos lastraba su prosa. Al contrario, como buen escritor pulp que era, escribió historias llenas de acción y heroísmo, al punto que una de sus creaciones, Jules de Grandin,  ha pasado a formar parte del panteón de un tipo de personaje bastante singular: el detective de lo oculto, que en lugar de perseguir criminales y asesinos, se enfrenta (a veces, a punta de puño y pistola, como los héroes de acción más tópicos) a vampiros, hombres lobo, fantasmas, gárgolas, golems, sectas satánicas o demonios. ¿Se puede pedir algo más? Pues sí: 
Atrapados en la casa sin tiempo es un relato disfrutable al cien por ciento, y entre los que he podido leer del autor, es un de los más horripilantes que recuerdo. Mezcla a partes iguales la emoción de la aventura y el gore más aterrador, con escenas y descripciones que bien podrían describirse como "no aptas para espíritus sensibles". La casa sin tiempo es una mansión campestre en cuyas inmediaciones se han producido algunas desapariciones. Jules de Grandin acaba involucrándose en las investigaciones del caso, y va a dar con toda su humanidad a la mansión, convirtiéndose en prisionero de su misterioso propietario y entonces...
¡Entonces, todo enloquece! El dueño de la mansión es un médico enloquecido a causa de una decepción amorosa, que ha decidido vengarse de la humanidad de una manera terrible: capturando personas inocentes a las que somete a operaciones quirúrgicas, producto de las cuales, la víctima queda atrozmente deformada. El tipo de deformación que logra con su ciencia se insinúa ya desde la descripción de los interiores de la mansión: 

El suelo estaba brillantemente encerado. Y las paredes, cubiertas de una terracota laqueada, aparecían llenas de pequeños nichos encuadrados por pulidas y negras maderas. Delante de cada nicho ardía una lámpara que lanzaba una vacilante pero viva luz sobre la imagen que ocupaba la capillita. Cada estatuilla era de reluciente piedra blanca, y aunque cada una era distinta de las otras, todas tenían algo en común: eran incompletas. Los seres que representaban apenas eran humanos, y , sin embargo, tampoco eran bestiales. Allí se veía a una criatura que era mitad mono y mitad hombre, y que luchaba con todos sus músculos por salir del bloque de piedra de donde el escultor la había parcialmente labrado; allí una figura femenina perfecta desde la cabeza a la garganta, se convertía, a partir de los hombros, en una cosa vaga y monstruosa, semejante a un octópodo. Otra cabeza aparecía completamente formada excepto al llegar al rostro, del cual brotaban unos cortos y abundantes tentáculos. Y así seguían los nichos, todos llenos de monstruos creados por la imaginación más loca que pueda darse.

Y no digamos nada del criado del doctor y la manera en que éste le trata, además de la colección de monstruos reales que guarda en su sótano... Uno parece estar viviendo una pesadilla en blanco y negro, una sucesión de horrores cuyo espanto reside - a diferencia de otros cuentos de Seabury Quinn - en que no hay ningún elemento sobrenatural en la historia: las atrocidades que se describen son producto de la acción  humana.
Como para recordar que los peores monstruos podemos ser nosotros...

Daniel Salvo

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