8/29/2007

LIBROS: Bruniquilda


Bruniquilda

Nilo Espinoza Haro
Suma de Letras, 2007


El inicio de esta novela no puede ser más prometedor: en la España medieval, un copista de pergaminos llamado Isidoro, quien labora a las órdenes del dominus Suiberto, tiene la visión de la legendaria y hermosa reina Bruniquilda. En pleno éxtasis visionario, Isidoro se hiere a sí mismo con los filos de una pluma de ganso, y con la sangre que brota de sus dedos, consigue dibujar el rostro de Bruniquilda en un trozo de pergamino. Su arte le confiere tal poder de evocación a esta imagen, que al punto entra en otro tipo de éxtasis, esta vez más corpóreo…

Sangre y semen. La receta para fabricar al homúnculo, si nos atenemos a los preceptos del místico Paracelso (semen y sangre humana en una retorta, a la temperatura del vientre de un caballo). Con esa fuerza y esas resonancias góticas es que aparece Bruniquilda, imagen que Isidoro atesora dibujada en pergamino, junto a su corazón.

Como un conjuro místico o tal vez demoníaco, Bruniquilda pasará a convertirse en una presencia cada vez más gravitante en la vida de Isidoro y quienes lo rodean. Su historia, revelada a través de los palimpsestos atesorados por la familia a la que Isidoro sirve, tendrá trazas sublimes como vulgares, mágicas como prosaicas, al punto de no saberse a ciencia cierta cómo fue en realidad la reina Bruniquilda de Austrasia, santa o pecadora. En tanto emerge de los pergaminos, el tiempo y la historia parecen detenerse para girar en torno a ella, pese a su absoluta incorporeidad. El poderoso amo a quien sirve Isidoro el copista, por ejemplo, se obsesiona también con los pergaminos en los que se relata la historia de Bruniquilda, pues en los mismos está también profetizada su muerte. Al mismo tiempo, se inicia un delicado mecanismo que involucra persecuciones de herejes, luchas por el poder político, búsqueda de objetos legendarios e intrigas de entrecasa, que en el presente caso corren a cargo de los monjes Lauerio y Abelardo, que ocultan más de un secreto…

“Bruniquilda” podría encuadrarse en el fascinante género de la novela histórica con ribetes fantásticos, como “El nombre de la rosa” de Umberto Eco. Como en la novela del semiólogo italiano, hay toda una nueva exhuberancia verbal, un nuevo mundo de definiciones y términos que permiten al lector instalarse gozosamente en una época y lugar distintos al actual; además de la omnipresente lucha entre el poder eclesiástico y el poder secular. Asimismo, hay un componente entre mágico y fantasmagórico, que es la recurrencia a los pergaminos que predicen una historia, cuyo inmediato referente sería el Melquíades de “Cien años de soledad”, aunque Isidoro no es ningún taumaturgo sino, por el contrario, una víctima del hechizo que Bruniquilda parece encarnar, y de los miedos y expectativas de su amo, Suiberto.

El aspecto histórico tiene también un tratamiento que evidencia el arduo trabajo de investigación que debe haber efectuado el autor. Estamos en una época en la que los estados nación de Europa apenas se insinúan, donde pululan reyes y reinas de nombres y resonancias difíciles de precisar, y se toman como veraces sucesos propios del mundo de la fábula y de la mitología. Los wise gotten (visígodos) no son meras estampas de texto escolar, sino los acaso injustamente olvidados gestores de gran parte de la cultura europea, de la cual formamos parte de una manera u otra.

Nilo Espinoza Haro tiene una rara habilidad para convertir las imágenes y episodios más prosaicos en joyas luminosas hecha de palabras, como si hubieran no una sino muchas Bruniquildas acechando al lector para hechizarlo, como al pobre copista Isidoro.

En suma, estamos ante un libro muy hermoso (la portada, a cargo de Camila Bustamante, es un regalo para la vista), lleno de imágenes evocadoras y portador de una trama aparentemente alejada de nuestros latinoamericanos avatares, pero que en realidad refleja una constante, la recurrencia del eterno femenino que, aún ausente, inquieta las almas de los hombres incluso desde un pergamino perdido en la historia.

8/23/2007

LIBROS: El empalador



El empalador



Lima, junio de 2007



El mito del vampiro es inagotable. Si bien se suele afirmar que ya no hay nada nuevo que se pueda decir sobre el tema, ya en su momento Stephen King, Anne Rice y Kim Newman aportaron nueva "sangre" al género historias de vampiros.

¿Cómo podría ser de otra manera? Dada la existencia (esperemos que ficcional sólamente) de un monstruo que se alimenta de sangre, de un no-muerto que puede incluso transformar a sus víctimas en seres como él, es dable que su progenie (ficcionalmente hablando) acabe por alcanzar todos los rincones de la Tierra, todas las épocas... y quien sabe, el universo entero. Si Clark Ashton Smith imaginó países de vampiros (Malneant, Averoigne), ¿por qué no planetas de vampiros? En lo que a mí concierne, no me incomodaría en lo más mínimo ser mordido por una vampira, si fuera como Vampirella, por ejemplo.

Para el presente caso, El empalador de Glauconar Yue riza el rizo, por así decirlo, y nos proporciona una particular versión del mito del vampiro, regresando a los propios orígenes del mismo: nos narra la leyenda de un príncipe de Valaquia, defensor de su patria ante los turcos, habitante de un castillo en los montes Cárpatos, siempre deseoso de ver correr la sangre, sobre todo si provenía de víctimas recién empaladas. Un príncipe llamado Vlad...

Pero no es solo su historia. Es la historia también de Lilith, la primera mujer, según algunas mitos hebreos, que rechazó a Adán para cohabitar con el Demonio, y de sus oscuros designios sobre los hombres, así como del rojo homenaje que gusta recibir de sus adoradores. Lilith proporciona poder a los suyos, un poder más allá de lo imaginable, pero el precio por ese don está también más allá de lo imaginable. Quienes creen servirse de tales poderes, acaban siendo esclavos de ellos.

Con una economía de medios envidiable, Glauconar Yue logra una fusión de mitos que resulta en un estupendo final, ambiguo como el color de la sangre a la luz de la luna.

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