3/18/2010

LIBROS: Ypsilon Minus



La carátula de Eddie Jones, con la característica ondulación que Scévola le imprimía a su diseño para la colección Nova de Bruguera por allá en los 70', aunque atractiva (un eclipse monitoreado por una nave esférica sembrada de artilugios y antenas) no se correlaciona con ninguno de los episodios narrados en la obra.

La presentación de Carlo Frabetti “Entre el 68 y el 84” prueba a jugar con la magia de los números pertenecientes a fechas claves para la ideología de izquierdas, e incidental transmitirnos algo trascendente... y lo logra, al afirmar que colisionan en la “pesadilla tecnológica” descrita el espíritu anárquico pero genial del mayo francés con el mensaje antitotalitario de Orwell; se siente el influjo poderoso de las consignas de esa época (nunca podemos sustraernos al ahora) pero siempre aposentadas sobre la convicción honesta del introductor.

Al inicio no me ubique con claridad ante el nombre, pero tras culminar su lectura, desde la física llegaron en mi auxilio datos como: el mesón actúa cual portador de la fuerza que une protón y neutrón, y los fotones cual bosones que responden a interacciones físicas y lo traduje para mi fuero interno: “Ypsilon Minus” es “aquella fuerza mínima capaz de desencadenar un efecto asimétrico importante” o lo que es lo mismo: la chispa que incendia la pradera e inicia la revolución, coincidiendo con Frabetti.

Potente denuncia de la rígida y autoritaria sociedad de castas (más que de clases) forjada para supuesto beneficio de obreros, campesinas y otros sectores dedicados a las tareas de reproducción social, pero en realidad articulada de tal manera que minúsculos grupos (Nomenklatura y adláteres) gocen de aquello que escamotean al resto. Por el tema me recordó a “Nosotros” de Zamyatin y en cierta forma a “El maestro y Margarita” de Bulkákov, deviniendo en representativa de esa línea antiabsolutista de quienes padecieron o fueron testigos de las dictaduras del proletariado.

Seca y sobria en su intensa reflexión sobre los motivos y justificaciones de la ciencia y la tecnología exhala con frecuencia una tristeza que en ocasiones se desborda e impregna el hilo de la narración. Clara y hasta cruel en ciertas ocasiones, sin embargo lleva oculta en la intimidad del relato un manantial de compasión por el homo sapiens y esa sensibilidad la extrae de la recusación de las antiutopías negativas (orden y control) y la ubica en la ruta de aquellas proposiciones donde los seres humanos aún podemos alcanzar la libertad en forma concertada (lo cual de inmediato me llevó a pensar en las cuatro maneras de salvarse o condenarse que nos ofrece Lovelack en “Las edades de Gaia”).

Alterna la anécdota significativa (manchada por la poda incesante de lo subjetivo y personal, y el recorte permanente de la creatividad) con los fundamentos teóricos que justifican la opresiva organización social (es máximo el horror transmitido por sus frías, asépticas y precisas instrucciones), y mientras desgrana el triste panorama edificado se palpa tumultuosa bajo la superficie de las frases el pulso de la crítica sociológica y ambiental contra ese mundo polucionado (las máscaras de oxígeno, la lluvia ácida, el smog son compañía frecuente) y tan regulado, normado y penetrada por la sospecha ante cualquier gesto de naturalidad u opinión sincera, que hay momentos en que semeja un paraíso de robots, ya que sus habituales sesiones de ejercicios de relajación espiritual incluyen canciones que reiteran “No tenemos secretos entre nosotros, no tenemos nada que ocultarnos mutuamente” y hasta los coitos se consiguen a través de muñeca(o)s como las que hoy pregonan las webs y tiendas de sexo.

El contrapunteo entre el músculo de la acción individual y el andamiaje filosófico que se supone debe nutrirlo, genera un manantial de sarcasmo y de apotegmas que no por repulsivos dejan de ser impactantes: “El estado perfecto necesita también una historia perfecta” (me recordo la ausencia de las masas en la historiografía burguesa y la manipulación documental en la historiografía soviética, por ejemplo esas fotos donde a medida que quienes componen el grupo original se malquistan con Stalin, van desapareciendo borrados de las reproducciones permitidas al acceso pùblico). Asimismo, el cruel escamoteo del significado de las palabras, la elaboración sucinta y laboriosa de una realidad ficticia donde se marcha de maravilla sino observamos el detalle y nos mantenemos dentro de los parámetros (rememoro a Stanislaw Lem y su Congreso de futurología).

No obstante, el esquema que conjetura la implementación del modelo y que desnuda página tras página su esencia estalinista, expresada en: adoctrinar, someter el pensar, disolver el sentir, ya está perimido (como explicación y como plasmación concreta de voluntades políticas) tras el desplome del “socialismo realmente existente”, claro que se sigue intentando cristalizarlo con diferentes justificaciones y métodos, mediante oscuros e inesperados herederos (republicanos en USA o fundamentalistas islámicos en Medio Oriente) que parecen coincidir en que el problema fundamental a solucionar es el biológico-antropológico, por otro nombre: la vida independiente del capital o de la religión.

La pregunta clave apuntaría a: ¿Si se vive en el mejor de los mundos, en el estado perfecto, y la sociedad ha alcanzado la felicidad (como se afanan en difundir y repetir hasta la saciedad, altavoces, programas noticiosos, supervisores de células, carteles, murales de los bloques de vivienda o trabajo) ... para que es necesario el control?. Para expandirla, no, por que llegó a todo(a)s, para intensificarla, no por que ya la viven a plenitud, y entonces se instala ante el interrogante la más profunda desilusión. Convendría revisar con detenimiento el impagable “Catálogo de la evaluación de los puntos de calificaciones psicológicas individuales” que demuestra hasta que profundo nivel puede llegar el lavado de cerebro y programarse una persona para que cumpla con los requisitos y normas de un gulag sonriente, declamando poemas a la libertad y negando cualquier dato contradictorio con que se enfrente.

Pero Franke apuesta por la liberación y es por eso que de la cooptación por el grupo de poder salta hacia la marionetización primero y la detención luego, para extinguir una actividad considerada subversiva, además tiende puentes hacia otras obras pretéritas o futuras, así el descenso a los tùneles y subterráneos de mantenimiento que realiza el protagonista en su investigación para saber cual es su yo auténtico (el que brota en sus sueños provocados por narcóticos prohibidos o el que le han preparado e inculcado a través de tablas y reglas y practicado mediante convencionalismos y conformismo) posee un triple papel: conectarse con quienes se encuentran aún más bajos en la escala (semejanza con los morlocks de “La máquina del tiemopo” de HG Wells), señalar la solidaridad de clase (sentimiento hoy extraviado y que con nitidez ilumina algunos capítulos de “La Estación de la Calle Perdido”) y remarcar que las diferencias entre las castas conforman otra relación de clase (tal y como lo presenta Ira Levin en “Este día perfecto”).

También alude a los riesgos del totalitarismo, el verticalismo, el despotismo, para bordar una amarga antiutopía que señalaba con valentía y a contracorriente (recordemos que fue publicada en 1976 por Suhrkamp Verlag) en uno de los momentos de máximo esplendor del “SRE”, en aquel período donde quienes poseíamos un adarme de sensibilidad y un ápice de inteligencia militabamos en la izquierda, es igualmente una genuina estocada al papanatismo, un garrotazo al seguidismo; lastima leerlo tantos años después de traducido y publicado (casi de inmediato para esa década, ya que Bruguera la lanzó en 1978) y es que por esas tornas de la polìtica de las editoriales cuando no arriban importados a nuestras costas en su lanzamiento y podemos por fin adquirirlos y disfrutarlos (gracias al activo comercio de libros de segunda mano... o tercera... o enésima) en fecha muy ulterior, puede haberse diluido muchos años después el impacto abrumador que provocó en su debut.

Experto en estética cibernética y grafía de computadoras avizora lo que vendría y es así que podemos encontrar joyas que deberían rutilar en una novela actual que use el marco de la Teoría del Caos, para quienes lo deseen recomiendo las pàginas 111 a 113 y para aquellos que no tengan acceso al texto cito in extenso tres fragmentos:

  1. “Una vez que éste (el sistema ecológico del ambiente) haya alcanzado un grado de organización superior, las influencias del azar tienen siempre una tendencia destructiva. Por tanto en un estado social perfecto toda modificación inducida por el azar tiene que expresarse necesariamente en una reducción de la funcionalidad.”

  2. “En un mundo controlado por los hombres no hay lugar para el azar. Nuestra tarea es excluirlo. Nuestro mundo debe ser controlado por entero y dirigido en todas sus aspectos. Las influencias del azar en el ámbito de la técnica llevan a accidentes, la espontaneidad en el ámbito social conlleva perturbaciones”

  3. “Una vez superada la fase transitoria, el azar destructivo se elimina por completo de la estructura de acción del Estado Social. Así, con un corte total entre el micro y el macrocosmos se logra un estado de orden perfecto”


Podemos comprobar que la argumentación se apoya en la lógica maligna del paradigma newtoniano-cartesiano expandida hasta su postrera y perversa plasmación. Entre el flujo de vivencias del protagonista y su coro de pares (o de controladores) se filtran deliciosas disquisiciones sobre informática y sus proyecciones, las mismas que a más de seis lustros mantienen vigencia en muchos de sus puntos sean críticos o prospectivos, por ejemplo el siguiente párrafo: “Por lo tanto, la computadora juega un papel primordial en el sistema hombre/técnica: asume las funciones de anteriores gobiernos humanos, cumpliéndolas de modo ideal, sin las imperfecciones de aquellos. Es el instrumento perfecto de gobierno -desinteresado, inagotable, incansable- al servicio del hombre”.

Se adhiere al marco triple del universo constituido por energía, materia e información cuando dice: “La información era un medio mucho más eficaz para modificar al mundo que las herramientas o las armas...” y se vincula por doble enlace al efecto liberador que traen consigo la aplicación de la ciencia y la tecnología y a los derechos de los pueblos, cuando la rebelión anhelada por los opositores al régimen y perseguida por las unidades represoras, queda sistematizada en una tabla de guarismos aleatorios que al introducirlo en la red (gusano o virus), desencadena el desplome del sistema de control computarizado; ciencia y la tecnología aparecen definidos por la dictadura así: “son tareas características de una etapa de transición en la cual aún no se ha alcanzado el estado ideal ambicionado. El círculo de personas abocadas a tales tareas están fuera de la ley. Hay que reducirlas al mínimo posible. La comunicación entre este ámbito de labor y el mundo exterior está reducido al intercambio indispensable de datos técnicos”.

El supuesto nirvana donde moran la mayoría de las categorías clasificadas del andamiaje sociocultural de la sociedad descrita en Ypsilon Minus, sin siquiera enterarse, es un “Matrix”... pero presencial, donde los personajes actúan cual clones con anteojeras ejecutando las faenas programadas, y coagulada su capacidad para crear conocimiento, sólo serán capaces de renovar información para continuar funcionando. El abismo hacia el que se precipitan signado por la eugenesia, el control físico y genético elevado a límites íncreibles e intolerables, el escamoteo de las sensaciones y emociones, la confusión de la percepción, la demolición permanente de lo que hace digna la existencia, se convierte en un absurdo y nauseabundo delirio tecnocrático del cual no quisiéramos ser miembros. Es una pena su lectura tardía, pero no ha envejecido y raudo paso a recomendarla, asómense a la sima que describe que tras la rebelión propuesta les permitirá retornar renovados y con ganas de participar por lo “minus” en las campañas de Avaaz.

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